Los
derechos del hombre y la tierra
Eduardo
Galeano
*
Lamentablemente,
no podré estar con ustedes. Ojalá se pueda hacer todo lo posible, y lo
imposible también, para que la Cumbre de la Madre Tierra[1]
sea la primera etapa hacia la expresión
colectiva de los pueblos que no dirigen la política mundial, pero la padecen.
Ojalá
seamos capaces de llevar adelante estas dos iniciativas del compañero Evo
[Morales, presidente de Bolivia], el Tribunal de la Justicia Climática y el
Referéndum Mundial contra un sistema de poder fundado en la guerra y el
derroche, que desprecia la vida humana y pone bandera de remate a nuestros
bienes terrenales.
Ojalá
seamos capaces de hablar poco y hacer mucho. Graves daños nos ha hecho, y nos
sigue haciendo, la inflación palabraria, que en América Latina es más nociva
que la inflación monetaria. Y también, y sobre todo, estamos hartos de la
hipocresía de los países ricos, que nos están dejando sin planeta mientras
pronuncian pomposos discursos para disimular el secuestro.
Hay quienes dicen que la hipocresía es el impuesto que el vicio paga a
la virtud. Otros dicen que la hipocresía es la única prueba de la existencia
del infinito. Y el discurserío de la llamada “comunidad internacional”, ese
club de banqueros y guerreros, prueba que las dos definiciones son correctas.
Yo
quiero celebrar, en cambio, la fuerza de verdad que irradian las palabras y los
silencios que nacen de la comunión humana con la naturaleza. Y no es por
casualidad que esta Cumbre de la Madre Tierra se realiza en Bolivia, esta nación
de naciones que se está redescubriendo a sí misma al cabo de dos siglos de
vida mentida.
Bolivia
acaba de celebrar los diez años de la victoria popular en la guerra del agua,
cuando el pueblo de Cochabamba fue capaz de derrotar a una todopoderosa empresa
de California, dueña del agua por obra y gracia de un Gobierno que decía ser
boliviano y era muy generoso con lo ajeno.
Esa
guerra del agua fue una de las batallas que esta tierra sigue librando en
defensa de sus recursos naturales, o sea: en defensa de su identidad con la
naturaleza. Bolivia es una de las naciones americanas donde las culturas indígenas
han sabido sobrevivir, y esas voces resuenan ahora con más fuerza que nunca, a
pesar del largo tiempo de la persecución y del desprecio.
El
mundo entero, aturdido como está, deambulando como ciego en tiroteo, tendría
que escuchar esas voces.
Ellas
nos enseñan que nosotros, los humanitos, somos parte de la naturaleza,
parientes de todos los que tienen piernas, patas, alas o raíces.
La
conquista europea condenó por idolatría a los indígenas que vivían esa
comunión, y por creer en ella fueron azotados, degollados o quemados vivos.
Obstáculo
al progreso
Desde
aquellos tiempos del Renacimiento europeo, la naturaleza se convirtió en
mercancía o en obstáculo al progreso humano. Y hasta hoy, ese divorcio entre
nosotros y ella ha persistido, a tal punto que todavía hay gente de buena
voluntad que se conmueve por la pobre naturaleza, tan maltratada, tan lastimada,
pero viéndola desde afuera. Las culturas indígenas la ven desde adentro.
Viéndola,
me veo. Lo que contra ella hago, está hecho contra mí. En ella me encuentro,
mis piernas son también el camino que las anda.
Celebremos,
pues, esta Cumbre de la Madre Tierra. Y ojalá los sordos escuchen: los derechos
humanos y los derechos de la naturaleza son dos nombres de la misma dignidad.
Los derechos del hombre y la tierra