Dependencia agroalimentaria y cambio climático

 

«.»  Pedro M. González Cánovas *

 

 El combate de la pobreza y el alcance de la soberanía alimentaria y nutricional debería marcar la hoja de ruta de cada gobierno del siglo XXI. Sin embargo, esto choca frontalmente con las premisas del enriquecimiento que promulga el capitalismo. Para ellos, la acumulación se revaloriza cuando se consiguen monopolios o, en este caso, se acaparan monocultivos. El mayor inconveniente es la pérdida de calidad de los productos durante los procesos de manipulación y entrega. La congelación o refrigeración, que son obligadas en la media o larga distancia de las exportaciones alimenticias, también degradan la calidad final e influyen negativamente en la nutrición. El segundo problema es el atentado contra la salud del planeta, que se lleva a cabo con largos traslados de barcos mercantes o mercancías aéreas contaminando innecesariamente.

La soberanía alimentaria es una apuesta por los alimentos de “kilómetro cero”; aunque el nuevo concepto que Naciones Unidas ha inventado solo pretenda sustituir al de Soberanía Alimentaria. Sin duda, esto incomoda menos a los países colonialistas que siguen manteniendo territorios de ultramar; para quienes es imposible el ejercicio de autoabastecimiento por la condición de dependencia que crea la metrópoli aposta, para subyugar económicamente a las colonias, donde la entrada de excedentes a precios por debajo de los de coste y pésima calidad mantiene imposibilitado el crecimiento de una agricultura diversa local. Por eso, si algo hay que tener claro es que, en la “ultraperiferia”,  no hay soberanía alimentaria sin soberanía popular (sin independencia nacional). La metrópoli seguirá fomentando los monocultivos y a una oligarquía fiel que lo promueva y comercialice bajo la vigilancia colonialista; por eso, siempre habrá una burguesía colonizada que colabore con el colonialismo, acomodada en la condición dependiente donde ha nacido y engordado.

Es evidente que todo tipo de soberanista canario tiene que apostar por la diversificación agraria, para acercarnos a ratios de aconsejables de independencia alimentaria. Ello repercute en la salud de la población local y la del planeta que, por la necesidad que tiene el capitalismo de exportar sus monocultivos por las extensas zonas que abarca su “libertad de mercado”, sufre una contaminación y desgaste innecesario además de la pérdida de calidad de esos productos alimenticios; fruto de plantaciones aceleradas artificialmente, semillas tratadas en laboratorios, envasados contaminantes, congelación o refrigeración, etc.

Canarias tiene que alcanzar unos mínimos de soberanía alimentaria que compense su aislamiento geográfico y premie a sus habitantes con calidad alimenticia y nutricional. Para ello, hay que cortar radicalmente las importaciones de excedentes que impone la política agraria colonialista y blindar fronteras inmediatamente. Hay que aprender de una vez por todas que los monocultivos solo favorecen a unas pocas personas y crean dependencia de la metrópoli, desde donde se firman las condiciones y rutas finales de las exportaciones para controlar economía y consumo, como ha sido siempre.

Hay quien argumenta que el autoabastecimiento es necesario para capitalizar la zona de consumo. Más allá del acuerdo que pueda tener o no con ello, creo que lo más importante es la calidad de la alimentación a la que se puede acceder localmente y el beneficio para la salud del planeta o, dicho de otra manera, como freno al cambio climático.

Por lo tanto, todo ecologismo o ecologista debería promover la soberanía alimentaria y, si vamos a la raíz del problema y no somos superficiales, también tendría que luchar por la diversificación agrícola y la independencia política en cada uno de estos “territorios de ultramar” “regiones ultraperiféricas” “colonias” o como quiera que se nos llame a los que hacemos nuestra vida a miles de kilómetros de la metrópoli.

 

 * Miembro de Ahora Canarias

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