La cultura local y la globalización

 

Wladimiro Rodríguez Brito *

 

[Sufrimos la degradación de todo lo rural en una falsa modernidad, que siembra pobreza y miseria. Creamos un alejamiento entre cultura y territorio, ignorando gran parte de la sabiduría popular tan básica en la gestión del territorio. Damos culto al mercado, que en Canarias es sinónimo de la gran distribución, y en consecuencia se suministra del exterior (en contadas ocasiones adquieren productos locales).]

 

Leemos esta semana los datos del paro en Canarias y cuesta creer que, con la que está cayendo, aquí parece que no haya cambiado nada. En la historia de Canarias, ante situaciones de crisis, siempre se había revalorizado el medio rural por razones obvias.

 

Ahora las Islas que más población pierden y en las que más se incrementa el paro son precisamente las que disponen de más tierra cultivable y agua para regar (La Palma y La Gomera). Ahora, que casi todos los municipios de La Palma y La Gomera han perdido población en los últimos años, se da el caso de localidades con buenas posibilidades agrarias que han perdido en diez años más del quince por ciento de la población (Barlovento, Garafía, San Andrés y Sauces, Tazacorte…). En una situación similar se encuentran municipios como Hermigua, Agulo y Vallehermoso. Estos datos nos hacen reflexionar sobre la profunda crisis cultural y social que sufre el sector primario, y el mayor distanciamiento entre recursos y población, situación que nunca se había dado en la historia de las Islas.

 

Nos encontramos en lo que bien analiza el Premio Nobel de economía 2001, Joseph Stiglitz, profesor de la Universidad de Columbia y asesor de Bill Clinton: “La globalización parece conspirar contra los valores tradicionales; los conflictos son reales y en cierta medida inevitables. El crecimiento económico, incluyendo el inducido por la globalización, dará como resultado la urbanización, que socava las sociedades rurales tradicionales”.

 

En Canarias la problemática se incrementa por el fenómeno del turismo y la inmigración, en la que tanto la política estatal como la local han potenciado un modelo en torno al monocultivo que ha mirado a un sólo punto cardinal. La escuela, la universidad y los valores sociales y familiares han estado también siguiendo el espejismo de la supuesta modernidad y la globalización. La globalización también impone lo que dicen las multinacionales del dinero y la distribución de alimentos (aquí importamos más del noventa por ciento), a las que se unen unas pautas burocráticas redactadas totalmente alejadas del campo. Leyes urbanas sobre el mundo rural, como leyes de bienestar animal con pautas del medio continental (incineración de las vacas que mueren en las Islas en Navarra o Aragón), y otras medidas alejadas de la realidad de nuestro territorio.

 

Sufrimos la degradación de todo lo rural en una falsa modernidad, que siembra pobreza y miseria. Creamos un alejamiento entre cultura y territorio, ignorando gran parte de la sabiduría popular tan básica en la gestión del territorio. Damos culto al mercado, que en Canarias es sinónimo de la gran distribución, y en consecuencia se suministra del exterior (en contadas ocasiones adquieren productos locales).

 

Ya Keynes, ante la Gran Depresión en los años treinta, dijo que el mercado por sí solo no se autorregula, que al sistema capitalista imperante en ese momento había que ponerle pautas de corrección para crear empleo y amortiguar tensiones sociales. La globalización carece de rostro humano.

 

Aquí seguimos pensando con modelos importados de otros continentes y otros contextos socioeconómicos; mientras que el paro creció en un treinta y tres por ciento en el sector primario el pasado año en Canarias, en un campo envejecido y descapitalizado. La Palma es la isla que más incrementó el paro en todas las Islas (en torno a un diez por ciento), y además estamos perdiendo puestos de trabajo en toda Canarias, mientras que nuestros campos están cubiertos de maleza, o sea combustible para los próximos veranos.

 

Estamos ante los que ahora llaman los entendidos la desagrarización del mundo rural. Ahora los muchachos de Hermigua son tan urbanos como los de Taco. Se han perdido gran parte de los vínculos con la tierra; los abuelos no son la referencia, sino el Whatsapp y la Play Station. Una taza de leche y gofio y las isas parecen algo del pasado, de la nostalgia al mundo aborigen. El trabajo, el esfuerzo, lo pequeño, lo local suenan a generaciones perdidas.

 

Importamos alimentos desde el otro lado del planeta con petróleo a cien dólares el barril; las tierras las tenemos balutas y el agua la dejamos para las cañas del barranco. La erosión de la cultura rural significa una pérdida importante de sabiduría, que es fundamental para gestionar el territorio y crear bienestar en nuestro pueblo.

 

* DOCTOR EN GEOGRAFÍA

 

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