¿Cuál es el siguiente?

 

Ser ruso está de moda. Que se lo pregunten a algunos empresarios turísticos del Sur de Tenerife. "Cuando entran, arrasan con todo", me comentaba hace poco el dueño de una joyería sin ganas de ocultar una evidente satisfacción. Dicen que Moscú es la ciudad con más millonarios por kilómetro cuadrado de todo el mundo. No estoy muy seguro de que tal afirmación responda estrictamente a la realidad -las exageraciones siempre son muy exageradas-, pero tampoco voy a ir hasta allí para contarlos uno a uno. Sea como fuese, mola más ser ruso que ucraniano. Más aún si uno vive en Crimea.

La Europa de los pueblos es el mantra nacionalista aquí y allá. Si exceptuamos los nórdicos -y no todos- y alguna rareza adicional, no hay en estos momentos un solo país europeo sin algún problema interno de separatismo. Francia tiene su Córcega, Bélgica lleva mucho tiempo a punto de partirse en dos -de hecho, en gran medida ese país ya está dividido-, en Italia andan a pedradas con los señores de la Liga Norte y su aspiración a crear la República de Padania como extensión de la Padana (por no hablar de los lombardos, los del Piamonte, los del Tirol del Sur, etcétera; es decir, vuelta a la época anterior a Garibaldi), en Alemania el Partido de Baviera propugna convertir esa región en un estado independiente dentro de la UE, en Grecia hay tres movimientos nacionalistas deseosos de crear el Estado libre de Icaria, el Estado de Creta y la República de las Islas Jónicas, de Polonia quiere separarse la región de Silesia, al igual que Moravia de la República Checa, de Gran Bretaña y Escocia sobra cualquier comentario y de España, ¿qué más se puede decir de sus independentismos catalán y vascongados entre otros? Hay muchos separatismos más que omito para no tornar en inacabable esta enumeración. Volviendo a Ucrania, asunto que nos ocupa hoy, Crimea lleva tiempo acariciando la independencia -la unión con Rusia es una apetencia más reciente-, aunque también Rutenia quiere desligarse de la autoridad de Kiev.

Una auténtica caja de Pandora. Un río perfectamente revuelto para los pescadores oportunistas. Ayer hacía referencia alguien a Kosovo como futuro país en la UE, pese a que España no reconoce ese territorio como nación independiente. España y también Eslovaquia, Chipre, Rumanía y Grecia. No digamos la mitad de la verdad porque esa siempre es la mayor mentira. ¿Puede Europa permitirse este enloquecimiento nacionalista sin convertirse no ya en un continente ingobernable sino también en un espacio insufrible para la propia convivencia ciudadana? Por supuesto que no. A quien no lo entienda así, o no lo quiera entender así, no merece la pena perder el tiempo en explicárselo.

Luego está, naturalmente, la cuestión de la diosa democracia y sus altares para el culto a la voluntad popular y similares. Acaso debería ser tarea primordial de los líderes políticos explicarle a la gente que sin cierta renuncia a libertades personales y colectivas no se puede vivir en paz, ya sea en el ámbito continental o mundial. Sin embargo, no parece que estén ahora mismo ciertos gallitos periféricos -los Arturitos Mas y sus sucedáneos- por esa labor de avanzar hacia el Gobierno mundial al que tanto se refería Einstein; ni siquiera hacia una Europa sin guerras, aunque no sean mundiales. Ahora le ha tocado a Crimea. ¿Cuál es el siguiente?

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