¿Crisis de modelo
económico o crisis total?
Por el Foro Iruña: Fernando Atxa, Iñaki Cabasés,
Ginés Cervantes, Fermín Ciáurriz, Conchita Corera, Reyes Cortaire, Miguel Izu, Guillermo Múgica, Iosu
Ostériz, José Luis Úriz y Patxi Zabaleta.
[De pronto el neoliberalismo deja de crear riqueza para
pasar a crear pobreza. El “laisser faire laisser passer” deja de ser el principio del modelo
económico y quienes más han defendido que debe dejarse exclusivamente al
mercado la regulación del proceso económico piden la intervención de los
gobiernos, las autoridades económicas y monetarias y, sobre todo, el dinero
público, para evitar las consecuencias de lo que ese modelo ha propiciado: una
extensa e intensa crisis. … Entre tanto,
para el conjunto de los trabajadores asalariados y pensionistas, es decir, la
mayoría de la sociedad, las consecuencias serán más paro y sus efectos. Y,
además, precariedad, sustitución de trabajadores fijos por temporales más
baratos, reducción de retribuciones para mantener el empleo, cierres y
deslocalización industrial, recortes presupuestarios públicos y de los
servicios sociales, empeoramiento de las condiciones de jubilación... En suma,
pobreza.]
La borrascosa
crisis económica y financiera que sacude al mundo desarrollado y cuyas
imprevisibles consecuencias gravitan como una enorme amenaza al conjunto de la
humanidad, pone de manifiesto la fragilidad de la economía de libre mercado
como modelo económico que garantice la evolución hacia una sociedad más rica
que permita una mayor y mejor distribución de la riqueza.
El fracaso en la
última parte del siglo pasado de las experiencias de economía fuertemente
intervenida promovidas por la filosofía marxista, impulsó, especialmente en
estos últimos años, un relanzamiento del liberalismo sin cortapisas como modelo
óptimo para la creación y extensión de riqueza y crecimiento económico. Y así,
en el reciente periodo y unido a la globalización, se ha relanzado el capitalismo
más puro, y a la vez dinámico, como motor del desarrollo mundial.
Los países
desarrollados y los que aspiran a serlo se han embarcado en unos crecimientos
tan intensos que han hecho del mismo su único objetivo, arrumbando los derechos
sociales relacionados con el mundo del trabajo considerándolos auténticos
frenos, cuando no rémoras, del desarrollo.
La extensión e
intensidad de estos crecimientos económicos han sido el espaldarazo a unas
políticas en las que la especulación ha primado sobre el rigor y la solvencia económicas, la ambición desmedida para retribuir al capital
sobre el control del sistema financiero y el consumo, especialmente el
energético, sobre los más elementales principios de desarrollo sostenible. Y la
globalización e interconexión de las economías ha sido la mejor excusa para
impedir medidas de control, mientras los gobiernos competían en auténticas
carreras para no hacer de su país la excepción a tanta abundancia.
Hemos asistido a
la exaltación de la llamada “ingeniería financiera” como método para la
consecución de resultados y beneficios rápidos y a arriesgadas operaciones de
creación y compraventa de empresas sin otro valor real de producto que el
especulativo, generando con ello un entramado empresarial de consistencia ficticia.
Entramado que ya venía avisando de su fragilidad cuando hace pocos años se
inició el espectacular fracaso de muchas de esas empresas llamadas cibernéticas
o de la comunicación. Eso antes de que se empezase a hablar de la “burbuja
inmobiliaria”, “hipotecas basura” y el subsiguiente negocio financiero y
especulativo montado a su alrededor que ha sido, al parecer, el desencadenante
de la crisis.
Mientras tanto
hemos visto un modelo de gestión basado en “ejecutivos agresivos”,
“competitividad”, “stock options”, “economía
sumergida”, endeudamiento masivo por el bajo precio del dinero y, sobre todo,
consumo, consumo, consumo por encima de cualquier cosa.
Pues bien, sin
que nadie sepa explicar claramente cómo ha ocurrido, el crecimiento y la
abundancia parece que se esfuman afectadas por una crisis económica que está
reclamando una decidida y decisiva intervención de los gobiernos como gestores
del dinero público aportado por los ciudadanos con sus impuestos.
De pronto el
neoliberalismo deja de crear riqueza para pasar a crear pobreza. El “laisser faire laisser passer”
deja de ser el principio del modelo económico y quienes más han defendido que
debe dejarse exclusivamente al mercado la regulación del proceso económico
piden la intervención de los gobiernos, las autoridades económicas y monetarias
y, sobre todo, el dinero público, para evitar las consecuencias de lo que ese
modelo ha propiciado: una extensa e intensa crisis.
Pero las razones de esta exigencia no son las derivadas de
los efectos más graves del liberalismo en forma de recortes de los derechos
sociales, del deterioro del equilibrio ambiental, del crecimiento de la
distancia entre los países ricos y los pobres, del despilfarro energético o de
la suicida sobreexplotación de recursos naturales. Las verdaderas razones son
las de pedir la aportación de los recursos financieros que no tenía ese
crecimiento, que no era ni tan cuantioso ni tan excelente, para poder recuperar
el funcionamiento del modelo.
Entre tanto,
para el conjunto de los trabajadores asalariados y pensionistas, es decir, la
mayoría de la sociedad, las consecuencias serán más paro y sus efectos. Y,
además, precariedad, sustitución de trabajadores fijos por temporales más
baratos, reducción de retribuciones para mantener el empleo, cierres y
deslocalización industrial, recortes presupuestarios públicos y de los
servicios sociales, empeoramiento de las condiciones de jubilación... En suma,
pobreza.
Pero la pobreza
no es un mal necesario sino la consecuencia de un sistema injusto. Y hay que
hacer constar que ni la derecha ni, sobre todo, la izquierda, han sido capaces
de percatarse de lo que venía, pese a los avisos, ni de reaccionar ante lo que
alguien ha denominado con acierto “una economía canalla”. Mientras la política
perdía el control de la economía, la “tecnociencia” desataba unas potencias y
dinámicas que la sobrepasaban, arrumbando el control democrático como si este
fuese ignorante por definición.
En estas
condiciones urge una reacción social que evite un futuro que repita los peores
momentos de la historia de las crisis económicas, a las que no son ajenas,
entre otras calamidades, las denominadas guerras mundiales del pasado siglo.
Hay que democratizar la economía y sus estructuras institucionales si queremos
evitar que la economía, en forma de neoliberalismo, se haga con el control de
la democracia y sus instituciones. Es necesaria la recuperación de unos valores
de la izquierda que coloquen a la persona en el centro de la consideración
incluso de los modelos económicos. Sería una de las primeras prioridades para evitar un mundo del “sálvese
quien pueda pagarlo”.
Pero la más
urgente e importante es la lucha contra la desigualdad, la recuperación de la
solidaridad como principio e instrumento de las relaciones humanas y
económicas. No podemos seguir sustituyendo la consustancial condición social de
la persona por la compraventa de servicios asistenciales, la mera práctica de
voluntariado a tiempo parcial o la transferencia a alguna ONG, por medio de una
aportación económica, de nuestros deberes cívicos. Ni debemos aceptar que la
sociedad de corte laico que sustituye a la de corte religioso imperante durante
muchos siglos carezca de una escala propia de valores y principios sociales
tanto o más definidos que los de las religiones.
Si no queremos
que la crisis sea no sólo económica sino total, deberemos impulsar un cambio de
nuestras propias actitudes vitales; por poner algunos ejemplos, no podemos
continuar asumiendo como si fuese lo más natural que los partidos de izquierdas
se sumen de forma acrítica y casi con entusiasmo a las políticas neoliberales,
que sindicatos se dediquen al negocio de la promoción inmobiliaria como vía de
financiación mientras se reducen derechos sociales duramente conseguidos
carentes de seguro de pervivencia, que la relación humana se base en el “tanto
tienes tanto vales” o que el consumo constituya la principal y casi única
posibilidad para impulsar el desarrollo económico y las relaciones entre los
pueblos.
Únicamente
nuestro grado de compromiso y exigencia individual y social en la práctica de
principios democráticos de igualdad y solidaridad, podrá evitar volver a las
andadas en un mundo que carece de otra dirección que la derivada de la fuerza.
De la económica y de la otra. Porque vamos a ser los paganos de la crisis,
seamos, al menos, los que pongamos medidas para paliar sus efectos. Entre todos
y solidariamente unidos.
Fuente: Diario de
Avisos, 03-02-2013