La criminalización del
independentismo
en
nuestra "libertad de expresión"
Rubén
Jiménez Sánchez
La
libertad de expresión termina cuando empieza a hablarse de independencia. ¿Por
qué?
[Somos los
únicos que tenemos que presentar una encuesta de sentimiento nacional, tener un
partido mayoritario, presentar un plan de viabilidad económica, buscar
trescientos recursos naturales que garanticen la autarquía que nos exigen,
tender puentes para unir geográficamente las islas, ser negros para justificar
nuestra africanidad y cambiar nuestros apellidos para no ser sospechosos de ser
mestizos… Ya es tiempo de acabar con paternalismos. La realidad geográfica y
socioeconómica de Canarias tiene demasiadas peculiaridades frente a la europea
como para depender y esperar por sus leyes y excepciones.]
La libertad de expresión es casi un axioma en nuestra
sociedad. Todo el mundo sabe lo que es, sabe que es buena y sabe que existe.
Pero qué curiosa esta libertad cuando determinadas posturas no gozan de la
tolerancia que este derecho debería conceder. Más curioso es aún cuando fuera
de nuestro archipiélago no existe el tabú de hablar de independencia, e incluso
aquí mismo hay movimientos que simpatizan con las luchas independentistas de
otros pueblos. ¿Por qué?
Mi planteamiento viene a señalar la falta de
equilibrio a la hora de posicionarse a favor o en contra de determinados status
quo. Me refiero a que quienes defendemos la causa independentista de los
territorios palestinos y saharaui, no hemos hecho un plan de viabilidad
económica para justificar su soberanía. Para Canarias es conditio
sine qua non. Con esto quiero criticar una manera de oposición a ultranza
que está muy extendida socialmente y que vemos en dos ejemplos: por un lado
contra el socialismo, entre los sectores populares "primermundistas";
por otro la independencia de Canarias entre esos sectores y aún peor, entre los
que se autoproclaman abanderados de la izquierda revolucionaria. Hay quien
asegura que Canarias no es comparable con el Sáhara y Palestina porque no sufre actualmente los
genocidios de estos dos casos. ¿Debo entender entonces que sin violencia
explícita no hay legitimidad en la independencia? ¿Si mañana acabara esa
violencia en Palestina ya sería un legítimo territorio israelí? ¿Cuando
Marruecos apruebe un estatuto de autonomía en el Sáhara
ya no habrá nada más que reclamar?
Me voy a otro caso: América. Colonizados en tiempo y
forma equivalentes a Canarias. ¿Fue la coyuntura lo que legitimó la
independencia? ¿Podríamos hablar de una merecida independencia para Canarias en
el siglo XIX? ¿O acaso estaría justificada la anexión de Guatemala al Reino de
España a ver si mejora su situación socio-económica?
No quiero sentar cátedra (no puedo hacerlo), ni voy a
ahondar en el debate por la independencia de Canarias, pero creo que es
absolutamente visible la desventaja con la que contamos los canarios que
creemos en ese modelo de estado, frente a otros movimientos similares del
mundo. Somos los únicos que tenemos que presentar una encuesta de sentimiento
nacional, tener un partido mayoritario, presentar un plan de viabilidad
económica, buscar trescientos recursos naturales que garanticen la autarquía
que nos exigen, tender puentes para unir geográficamente las islas, ser negros
para justificar nuestra africanidad y cambiar nuestros apellidos para no ser
sospechosos de ser mestizos. Todo esto para poder decir que Canarias debe vivir
sin paternalismos ya en este tiempo y que podría ser más ágil, más productivo
y, por qué no, más digno, decidir desde aquí sin fronteras pirenaicas ni de
ningún otro tipo.
Esa es mi queja. Que el independentismo está
criminalizado, que no gozamos de buena imagen, y que por eso tenemos el NO por
delante. Después viene la búsqueda de argumentos por cualquier esquina con tal
de no asumir jamás un “quizás”. Y de paso, que seamos nosotros, en nuestra
propia tierra, quienes tengamos que "justificar nuestra respuesta" a
quienes nos visitan.
¿Independencia, sí o no? Permítanme, al menos, el
“deja ver” para poder debatir. Es curioso cuanto menos, que cueste más
convencer a un canario de esta posibilidad, que a un foráneo.
Considero que para empezar a normalizar la discusión
debemos romper el binomio independencia-fragmentación. Uno de los prejuicios
sobre la independencia es que suena violenta. Se entiende como una ruptura, un
punto y final y una separación absoluta y definitiva entre pueblos. Se puede
ver la televisión española y viajar y vivir en tantas ciudades como se quiera
aun en el caso de que Canarias constituya un gobierno
soberano. Y ese gobierno puede tener tan buena relación con el gobierno español
como buenos sean su entendimiento y su coyuntura, así como también los pueblos
pueden coexistir con los lazos históricos que nos unen.
Un detalle despreciado en estos tiempos es que
Canarias fue brutalmente colonizada por europeos desde el siglo XV, y desde
entonces no terminamos de levantar cabeza. No se trata de basar la
independencia en un acto de venganza por aquellos actos. Pero sí es cierto que
me duele mucho la prescripción de esos delitos en la memoria del pueblo. No
pido juicios ni condenas, pero anular de la memoria histórica un hecho que nos
afectó desde hace poco más de quince generaciones hasta fechas muy recientes, no
me parece justo. De esa manera me pregunto cuándo va a resultar ridículo
recordar a las víctimas de la Guerra Civil española, a los muertos de Hiroshima
y Nagasaki, a quienes cayeron bajo la bota del nazismo... La propia izquierda
recuerda cada 12 de octubre la dignidad de los pueblos indígenas en América. Y
recurro tanto a la denuncia a la izquierda porque es el desprecio que más me
hiere, por considerarlo de mi propia casa.
La razón histórica, por tanto, no es para mí la forma
en la que se sucedieron los hechos. Se trata de que Canarias no ha tenido jamás la oportunidad de decidir nada. En el siglo
XV entraron aquí señores con ambiciones económicas en los tiempos de la fiebre
europea, y sencillamente no se han marchado. Han pasado los años, se ha cambiado
el monocultivo a explotar, se han escrito distintos textos modificando los
detalles de nuestra política, ¿pero quiénes y en qué sentido los hicieron?
Canarias ha vivido totalmente ajena a la realidad española excepto a sus leyes
y hasta que la invasión cultural franquista nos cambió los términos y los
conceptos. Hasta que el turismo nos convirtió en gallina de huevos de oro, aquí
vivimos en un atraso y abandono mayor que en cualquier región española. Aun hoy
sufrimos esa inercia. Hemos tenido mejores tiempos cuando a alguien le ha
interesado sacar algo de aquí. Con Inglaterra vivimos un período de esplendor
portuario en unos años en los que de España no conocíamos sino a su Rey. Si
hasta bien entrado el siglo XX era “España” como denominábamos a lo que Franco
nos enseñó a llamar "Península" como término integrador... La
diferenciación histórica la encontramos en el Decreto de Guerra a Muerte de
Bolívar en 1813, en la mención especial que en América tuvo el isleño frente al
gallego ya en el siglo XX, y, para no ir más lejos, en cómo mi madre y sus
compañeras en el almacén de empaquetado enviaban "pa'
España" la tara del tomate.
Con esto quiero decir que nuestra españolidad
histórica es cuestionable y no comparable con otros rincones del Reino. Solo en
el ocaso del siglo pasado y en este es cuando la normalidad a golpe de
franquismo primero y globalización después ha llegado a asentarse. No lo
considero, por tanto, un "subnivel cultural", sino un nivel en si
mismo. Nuestra españolidad es tan fuerte como lo sea la plantilla de la
selección de fútbol, y eso para mí no es nación ni nada que se le parezca.
En cuanto a la economía, es muy común en las colonias
pasadas y presentes el miedo al "qué van a hacer ustedes sin
nosotros". Precisamente desvertebrar una estructura
económica mediante el monocultivo de explotación y exportación es la mejor
herramienta para crear ese vínculo forzado. Anular una economía haciéndola
dependiente y frágil no es motivo para continuar esta relación realmente
unilateral, sino para todo lo contrario: es la principal razón para cambiar ese
patrón. La independencia no es fin sino medio. Es precisamente por nuestro
actual estado, heredado y nada productivo, por el que debemos promover estos
cambios. Los pésimos indicadores socioeconómicos que sufre
Canarias refuerzan el planteamiento de que así no hemos sentado en cinco siglos
las bases económicas de una sociedad fuerte.
Y los políticos de Canarias. ¿Qué podemos hablar de
ellos? ¿Qué es la política en Canarias sino el modelo pactado e impuesto en la
Segunda Restauración Borbónica (también conocida como Transición)? ¿Quiénes son
los políticos que dirigen Canarias y los empresarios que la y los manejan? Solo
hay que echarle un ojo a sus árboles genealógicos... Eso es un verdadero cáncer
y hay que extirparlo de cuajo, pero eso también lo contemplo en mi idea de
país. La política actual tal y como se concibe no tiene cosas buenas y malas.
Es mala y tiene patas que hacen de buenos (sindicatos, instituciones...) y
otros que ponen la cara de malos (grandes empresarios y dirigentes políticos).
Ya es tiempo de acabar con paternalismos. La realidad
geográfica y socioeconómica de Canarias tiene demasiadas peculiaridades frente
a la europea como para depender y esperar por sus leyes y excepciones. No veo
motivo para no poder tratar aquí mismo esos asuntos, para plantearnos desde el
kilómetro cero los retos que se nos presenten y cómo afrontarlos. Y luego,
llevarnos tan maravillosamente bien como me puedo llevar yo con gente de tantas
ciudades de España, cada cual con su bandera y su equipo, pero todos unidos por
la condición de ser humano trabajador que lucha por una vida digna allí donde
se encuentre.
Estamos mal, bastante mal. Y dentro de lo malo, lo
peor es que no sabemos cómo vamos a estar cuando acabe el año. Es fácil acudir
a la red y buscar datos sobre nuestra realidad actual, compararla con hace unos
años, con otros lugares, con lo que se haría con otras maneras de pensar. La
situación de Canarias necesita propuestas de cambio, y esta no debe ser para
nada desdeñable.
Gran Canaria, 8 de abril de 2013