El almendrero de Nicolás

 

                               

Contusión sociológica

 

Paco Déniz

 

El cortadito natural de la mañana me lo sirvieron junto con el periódico. La portada era estremecedora: Decapitada una mujer en el sur, pero decapitada sobre la marcha, sin anestesia ni nada, en una tienda. ¡Cámbate! exclamé, a lo que alguien se viró y dijo: ¡hay que echar a todos los moros y negros! Pero si el nota es búlgaro, qué tienen que ver los moros y los negros, repuse. Sí, sí a todos hay que echarlos, a los negros de los cojones, insistió. Que no hombre, que te digo que el asesino es búlgaro, blanco tirando a rosado. Y machaqué: ¡es europeo! Bueno, da igual, concluyó. Otra persona que se inmiscuyó dijo: mmm… qué te parece, ¡y Obama quiere abrir las fronteras! Joder, pero a ti qué te importa que Obama abra las fronteras o no, acaso eres mexicano. ¡Coño!, pero cómo va a abrir las fronteras para que entre todo el mundo, insistía. Una persona más moderada que allí tomaba añadió que algo había que hacer, independientemente del país, algún elemento de control debe haber porque lo que está sucediendo en los sures con las bandas criminales no tiene justificación alguna. Pues sí, insinué, algo hay que hacer, pero no me hablen del color de las personas. No, no, si es que el caso es que los negros son los más tranquilitos de todos dijo el hombre. Ya, ya, dije, y añadí que los moros que conozco, que no son pocos, son bastante tranquilos también.

 

El caso es que algo debe haber en el ambiente, andancio ideológico o algo así, porque no se explica que la gente tenga esa obsesión con moros y negros, y que los sajones y los bárbaros siempre sean eximidos de sus culpas. Quizás nos engañaron en la escuela y la época colonial no haya finalizado aun. Bueno, y lo de Obama ya es el colmo. El tío estaba preocupado porque Estados Unidos sería invadida por vete tú a saber qué chusma de colonizadores tendría en su imaginación.

 

Pues nada, cuando se lo conté a Carlos el de Tejina, me dijo que en una empresa local, un encargado decía: ¡decapitaron a una inglesa! Que no que era china, le respondían. ¡Una inglesa! repetía. ¡Que no, que era China carajo! aclaraba su correctora, ¡Ah! ¡Bueno! se tranquilizó el hombre.

 

En fin, que si la cosa no se debe a las lecturas profundas del personal, ni a la invasión musulmana de color canelo, será debido a que los medios de comunicación largan al ambiente un andancio que penetra en el cerebro de quienes tienen la corteza cerebral más expuesta a las ondas televisivas. Ondas que provocan una contusión sociológica que daña de manera irreversible el cerebro de la multitud. No se me ocurre otra explicación.