¿No hay control de entrada en Canarias?

 

María Consuelo Naval Pérez

 

Imagino que el pueblo de Los Cristianos, la isla de Tenerife entera, las siete islas y parte del mundo estarán horrorizados con lo que ha pasado en nuestra tierra. Yo no solo estoy horrorizada, sino indignada al límite. Y pregunto ¿qué clase de gobernantes tenemos que permiten que un individuo como el causante de tanto horror esté viviendo en nuestra isla? Sí, ya sé, somos muy buena gente y dejamos que entre todo el que se pague un pasaje. Así nos hemos convertido en uno de los basureros más pestilentes de la Unión Europea. ¡Y no soy racista! No clamo contra ninguna raza. Tengo amigos de todos los colores. Solamente clamo contra los asesinos, los mafiosos, los narcotraficantes y toda la basura que se ha aposentado en nuestra isla.

Hace muchos años mi madre decidió emigrar a Venezuela porque la firma en que trabajaba cerró después de veinte años y la situación aquí estaba muy difícil. Tanto ella como mis hermanos y yo tuvimos que sacar un montón de papeles para poder entrar en Venezuela: certificados médicos de que no padecíamos ninguna enfermedad infecto-contagiosa con la que pudiéramos enfermar a alguien de aquel saludable país; certificados de penales, con los que demostrar que no éramos delincuentes, como si en esta pequeña isla no nos conociera todo el mundo y más después de haber trabajado durante años en las mismas empresas; contratos de trabajo: teníamos que demostrar que no íbamos de indigentes a ningún sitio ni íbamos a ser una carga para el Gobierno...

Año 1966. Un pariente mío con un corazón muy grande, ingeniero técnico en Industria, en Química y en Electricidad, decidió ir a prestar ayuda al pueblo de Dahomey, a la Costa de los Esclavos, al lado de Ghana, Nigeria y Togo. Llegó en una avioneta de ocho plazas porque el aeropuerto no daba para más. El país necesitaba de todo. En el pequeño cuartucho que hacía las veces de oficina fue interrogado por un oficial de Inmigración, quien, después de examinar minuciosamente su documentación, le preguntó: "¿Cuánto tiempo estará usted en este país? Contestación: dos meses. ¿Qué dinero trae? Dos mil dólares USA (año 66). ¿Quién le avala a usted en este país?"... Cualquier respuesta negativa era causa inmediata para ser expulsado, de un pueblo que necesitaba todo.

Y aquí viene mi indignación y mis preguntas: ¿es que aquí, en esta isla, en cualquiera de las Canarias, puede entrar todo el mundo? ¿Cómo podemos confiar en unos gobernantes que no saben protegernos de individuos como el de este caso? La víctima fue una señora inglesa y pudo ser una canaria cualquiera. Y si no lo llegan a parar sabe Dios qué habría pasado. Supongo que nuestras autoridades están muy ocupadas con asuntos tan importantes que las "minucias" no les quitan el sueño. Y, por favor, no me lo expliquen, porque no tienen justificación posible.