Construir base social a partir de las ruinas del régimen
Alberto
Garzón *
Hay un régimen viniéndose abajo. Tanto el
sistema económico como el sistema político están sumidos en una crisis de
legitimidad en cuyo desarrollo se está hundiendo la sociedad y dinamitando la
cohesión social. Algunos sectores, entre los que
se encuentran muy claramente las direcciones de los dos grandes partidos,
intentan apuntalar como pueden un diseño institucional y económico que durante
décadas les ha permitido reproducirse tanto en el Gobierno como en el poder.
En ambos ámbitos, económico y social, la directriz oficial es tomar la vía de
la huida hacia delante. Así, el Gobierno espera que la modificación rápida del
modelo de crecimiento económico dé pronto sus frutos. Esos frutos esperados son
un crecimiento del empleo de carácter precario, prácticamente esclavista, y una
calma en los mercados financieros que sea bendecida por el todopoderoso e
independiente Banco Central Europeo. El camino es tortuoso, especialmente para
los más desfavorecidos, y sin un final feliz garantizado, pero al Gobierno se
le va agotando el tiempo. Todo parece indicar que el estallido social puede
llegar mucho antes que la esperada meta económica del Gobierno.
En el otro ámbito, el del sistema político y la representación política, las
cosas están aún peor. Según Metroscopia, un 80% de
los ciudadanos piensa que los diputados del Congreso no les representan, y
hasta un 85% cree que los diputados y los banqueros son deshonestos. La
corrupción y la sensación dominante de impunidad de los delincuentes fiscales y
financieros es algo desolador.
Y para enfrentar esto tenemos la necesidad no sólo de diseñar propuestas
factibles en ambos ámbitos, con un proyecto político y económico que sea viable
y sustancialmente distinto al empujado por el Gobierno en su huida. Es decir,
es insuficiente con poner encima de la mesa un proceso constituyente y un
modelo económico alternativo al actual. Sobre todo necesitamos también
encontrar la forma de aglutinar todo el descontento generalizado y
transformarlo en una fuerza que sea catalizadora del cambio social y económico.
Esto es, crear una base social.
Efectivamente, suele haber acuerdo en que cualquier proceso de transformación
de las características apuntadas requiere la existencia previa de una base
social, esto es, un colectivo que comparta unas determinadas condiciones
objetivas, una amplia cohesión y un grado de intervención suficiente. Se trata,
en definitiva, de lograr que la ciudadanía que sufre bajadas salariales,
recortes en los servicios públicos y desahucios vean las mismas causas en el
origen de esos distintos procesos. Que compartan, dicho de otra forma, un
diagnóstico político de lo que está fallando. Desde ese punto de partida es
posible cohesionar a la ciudadanía en torno al proyecto político y económico, y
si existe una organización de ese proyecto será factible poner en marcha el
proceso de cambio.
Esta teórica hoja de ruta choca con un obstáculo perverso del actual sistema
político. A saber, que la voluntad de la ciudadanía está mediada por los
partidos políticos, los cuales cohesionan en torno a otro tipo de valores.
Dicho de otra forma, los partidos funcionan como fuerzas centrípetas de la
frustración ciudadana y logran la absorción de fuerzas que son necesarias para
la configuración de esa base social, la cual naturalmente ha de ser más amplia
que la que potencialmente pueden alcanzar estos mismos
partidos en las condiciones actuales.
En la práctica esto deriva en una guerra de siglas, cada una de ellas
presentadas como los mejores instrumentos de cambio. Así, el debate se traslada
desde el fondo –el proyecto ideológico– hacia la
forma –las siglas y la pertenencia o la identidad política a un partido–. En consecuencia, personas que en otras
circunstancias compartirían espacios políticos se encuentran enfrentadas por la
mediación de los partidos políticos y el ciclo electoral.
En otros países esta realidad ha conllevado la implosión de gran parte de los
partidos políticos, abriendo espacios a nuevos proyectos de transformación
–como en Ecuador, Bolivia o Venezuela– o a nuevos
partidos que heredaron las viejas prácticas –como en Italia–.
El perfil que marca actualmente España es el de la descomposición paulatina
pero firme de los dos grandes partidos, especialmente con un acentuado nivel de
pérdida de identidad en el Partido Socialista.
Lo que a mi juicio corresponde hacer es tratar de convertir instrumentos
políticos como Izquierda Unida en elementos que catalicen la creación de esa
base social que requerimos. Ignorar el análisis anterior puede convertir a IU
en un partido que se limite a ver pasar de largo el proceso de transformación,
no necesariamente positivo, llevado a cabo entonces por otros actores
políticos.
Izquierda Unida debería aspirar a ser el dispositivo que active la creación de
esa base social, sin pretender ser el centro dirigente del cambio. Ese centro
corresponde a las personas cuya ideología busca dicho cambio. Otros colectivos,
organizados en la periferia ideológica de IU, forman parte de esa base social
potencial que necesitamos y, en consecuencia, son también compañeros de viaje.
Así, hay que romper con las viejas prácticas y mentalidad de un sistema
político decadente. La lucha no puede darse enfrentando siglas o banderas, sino
ideas, y ello conlleva aceptar también que hay un sector muy importante en la
base social del PSOE que es igualmente necesario.
El reciente abucheo a la dirigente socialista Beatriz Talegón,
en la manifestación del
En Alemania y Francia, importantes dirigentes socialistas, repletos de
honestidad, dieron el salto hacia proyectos alternativos en Die
Linke y Front de Gauche. En Grecia, la base social de Syriza
proviene también, y lógicamente, de gran parte de la base social del antiguo
PASOK. Y tanto en las recientes elecciones de Galicia como las de Catalunya, los votos de Alternativa Galega e ICV-EUiA también provenían de la antigua base social
socialista. Y esa aglutinación de fuerzas probablemente ha generado círculos
virtuosos que han animado a más personas a participar en el proyecto de
transformación, al percibir utilidad y eficacia en el mismo.
En consecuencia, sería injusto y contraproducente estigmatizar a quienes han
pertenecido o votado siglas que hoy representan el gran capital y el
neoliberalismo más salvaje, puesto que las transformaciones no se realizan
desde espacios minoritarios sino desde aquella base social de la que hemos
hablado. Y el trabajo es construirla en torno al proyecto político y económico,
es decir, en torno a un proyecto ideológico.