Il castrato:

“El castrado no odia a quien lo castró, sino a quien no se deja castrar”

 

El principal enemigo de un canario no es un español sino “los colaboradores necesarios”, que generalmente son otros canarios. Los colaboradores necesarios no son específicos del colonialismo español en Canarias, bien al contrario, son imprescindibles para el mantenimiento de cualquier régimen colonial.

 

La táctica favorita del colonialismo consiste en enfrentar a la población cautiva. En Canarias el primer caso documentado data de los albores de la colonización y está protagonizado por el mercenario y genocida español Alonso Fernández de Lugo. El episodio tuvo lugar en la plaza de Aguere a la que el colonialismo bautizó con su nombre, donde se situaba la antigua recova, conocida popularmente como la plaza de Abajo y más justamente como la plaza de la Libertad o del Mencey Bencomo. En la plaza tenía lugar una luchada canaria, incomprendida por la invasores, pues la lucha no era ni más ni menos que un ejercicio de entrenamiento de guerrilleros. Uno de los subalternos del de Lugo intentó separar a los luchadores, pues creía que se peleaban, acción que el tal Fernández de Lugo recriminó con las siguientes palabras “¡No, no, no los separes, deja que se peleen entre ellos!”.

 

Los colaboradores necesarios como su propio nombre indica son necesarios pero no suficientes, de tal manera que detrás de cualquier acto de cierta notoriedad en la colonia, que normalmente es ejecutado por los colaboradores necesarios, hay un español con guante de seda y mano de hierro, que no sólo vigila que dicha actividad tenga lugar dentro del “orden establecido” sino que de paso erosione la relación entre los colaboradores necesario y el resto de los administrados colonialmente “¡No los separes, deja que se peleen entre ellos!”. Son los castradores agentes del colonialismo.

 

El cargo favorito de los agentes del colonialismo, que en Canarias llamamos godos, es el de secretario. Normalmente arriban a la colonia con una mano atrás y otra delante, pero se presentan como poseedores de cortijos y haciendas. Sacan pecho ante la psicopatología del “síndrome del colonizado”, mediante una repugnante verborrea, aunque luego ignoren las más elementales reglas ortográficas de la gramática española. Por eso vienen a hacer carrera en la colonia, que no es lo mismo que a trabajar, de la que salen ricos y hasta catedráticos y todo, y si permanecen en la misma siempre viven holgada y holgazanamente.

 

No hay en Canarias una institución, asociación o sociedad que no incluya en su directiva alguno de estos ejemplares, ya sea una administración pública colonial, como un ayuntamiento, cabildo o gobierno pseudoautónomo, un partido político, un sindicato, aunque se denominen nacionalistas, una institución deportiva o sencillamente una asociación de vecinos. El catastro, hacienda y las fuerzas de ocupación colonial, como la policía nacional española y el ejército, que incluye la guardia civil, constituyen ejemplos emblemáticos.

 

No hablamos de un grupito que se cuenta con los dedos de la mano, sino de cientos de miles que algunos sitúan en una horquilla de entre 380.000 y medio millón, lo que constituye la cuarta parte de la población censada en Canarias o lo que es lo mismo el grueso de los extranjeros que viven en nuestro territorio. Apenas hay desempleados entre sus filas, copando los centros educativos en los distintos niveles del mismo y en los que nunca se limitan a enseñar Lengua Castellana y Literatura, como les gusta denominar a su idioma, en vez de español, como cualquier otra lengua (inglés, alemán, francés),  probablemente por coincidencia con el político conservador español Cánovas del Castillo que sostenía que “español es el que no puede ser otra cosa”, sino que se atreven con otros idiomas, aunque sea notoria sus dificultades con los mismos y con cualquier especialidad que suponga una sustanciosa nómina.

 

Sólo hay una excepción, el idioma que hablaron y escribieron nuestros antepasados, aunque siga presente en nuestra toponimia y nuestros paisanos lleven con orgullo los nombres que usaron los antiguos tinerfeños, canarios, awaras, gomeros, bimbaches o mahos, desde el momento en el que los juzgados del colonialismo autorizaron la inscripción de nuestros hijos con los nombres de nuestros antepasados, porque estuvo prohibido durante mas de quinientos años, sobreviviendo milagrosamente nuestra ancestral cultura y a pesar de que se siga hablando y escribiendo nuestro idioma por más de cuarenta millones de personas en todo el mundo. Eso si, en los institutos al servicio del colonialismo se sigue enseñando latín y griego, aunque nadie utilice ya esos idiomas, ni siquiera el Vaticano.

 

El colaborador necesario puede evolucionar hacia el canariñol, que cuando va a “comer fuera”, si toma vino, no pregunta por los vinos del país, los nuestros (es famosa la frase de José Martí: “el vino está malo, pero es el nuestro”), aunque sean excelentes. Recuérdese que en la corte victoriana de la Inglaterra del siglo XVIII los vinos preferidos eran los malvasías canarios. El canariñol pregunta por los riojas o los ribera del Duero, aunque ni siquiera sepa que la Rioja es un territorio del norte de España, de cuyo estatuto de autonomía se plagió el de Canarias, ni sepa que el Duero es un río.

 

Si pide queso no es queso canario, aunque para los más exigentes paladares resulten exquisitos los de todas las islas, como por ejemplo el de Maxorata galardonado con la medalla de oro en la Word Championship Cheese Contest 2012, celebrado recientemente en Estados Unidos, que lo encumbra al mejor queso de su categoría en el mundo. Al haber obtenido una valoración de 98.80 sobre 100, por encima de otros tres quesos estadounidenses, habiendo concursado más de 2.500 de todo el mundo, agrupados en 85 categorías. Enhorabuena a los ganadores. Pues así y todo el canariñol pide queso manchego, aunque sea de vaca loca ¡Qué coño!

 

Por chicharrones, ese manjar nutritivo a base de carne cochino y gofio, ni siquiera pregunta. Llegado a este punto el canariñol saca pecho y a la pata de marrano le dice ibérico, serrano y hasta bellota. Incluso se atreve a pedir “cortezas”.

 

El canariñol cuando sube al Teide, esa magestuosa serie de estrato-volcanes, no sube al pico más alto de Canarias, faltaría más, sino a la cima más alta de España. “Canarias ya no es Canarias/ porque está llena de godos/ levántate padre Teide/ y dales ‘cultura’ a todos” que dice la copla.

 

Esta sintomatología le crea un verdadero conflicto psicológico al colaborador necesario, envilecido y embrutecido (“ciplina, ciplina y ciplina” gritaba uno de estos ejemplares que formaba parte de las hordas fascistas en la guerra civil de los españoles, contándose por miles los canarios asesinados), conflictividad que desahoga contra sus subordinados y paisanos, lo que le produce aún más estrés y frustración. Parafraseando a nuestro compatriota Víctor Ramírez “el castrado no odia a quien lo castró, sino a quien no se deja castrar”.

 

Canarias, 1 de Septiembre de 2012.

 

Movimiento por la Unidad del Pueblo Canario

    (Movimiento UPC).