El caso Repsol-YPF

 

Francisco R. González Alonso

No me ha sorprendido el aspaviento que España ha difundido por medio de los representantes de su Gobierno sobre la nacionalización de la compañía Repsol-YPF por el Estado argentino.

Considero que la Argentina está en todo su derecho de nacionalizar lo que considere favorable para su pueblo, más cuando se generan fricciones internas entre los accionistas en perjuicio del pueblo argentino. Además, es potestad soberana de todos los países libres y democráticos, pues cuando se contraen compromisos internacionales, por ambas partes debe estar claro que de no ser favorable para uno, tampoco sirve mantener lo establecido por el otro. Por lo tanto, más que declarar perjuicios supuestos, que afectarían a ambas partes, lo que se debe reclamar es el pago justo del valor nacionalizado, y no lanzar vilipendios a la ligera contra el Gobierno de Argentina, que ha hecho uso de sus derechos constitucionales.

Creo que si el 100% de las acciones de dicha compañía fuesen de España, su nacionalización no hubiese repercutido en el tono absolutista que el señor Rajoy manifiesta, protestando airadamente como lo está haciendo. La agitada marea de los inversionistas en Argentina tiene una cara oculta de enormes repercusiones para los que piensan que al invertir en un negocio, por el hecho de aportar el capital, tiene que recibir mayores dividendos o más beneficios.

Por otra parte, creo entender, si no me equivoco, que la intemperancia del Sr. Rajoy no es tanto por defender el capital español suscrito en la compañía YPF; son las repercusiones que puedan aflorar al no protestar y exigir la indemnización que corresponde a los demás accionistas de YPF.

En estos casos, conviene más sopesar las consecuencias que se puedan derivar antes que vociferar a los cuatro vientos, esperando apoyos incondicionales de consorcios similares, que también tratan de pescar en el río revuelto de los intereses creados.

La influencia del gran capital en la actual etapa de globalización que vive el planeta tiene que formar la gran alharaca internacional para frenar los impulsos lógicos que despiertan las tendencias nacionalistas. Es el temor a un posible contagio universal de las naciones subdesarrolladas en defensa de sus riquezas naturales, donde operan grandes consorcios capitalistas explotando yacimientos de todo tipo, que día a día los hace más ricos, a cambio de ofrecer migajas a las naciones donde se encuentran los productos que extraen (oro, níquel, cobre, plata, materiales radiactivos, petróleo, etc.).

Tanto García Margall como el triple ministro de Industria, Energía y Turismo, el Sr. Soria, así como el presidente del Gobierno español, Sr. Rajoy, con sus contundentes declaraciones, desasistidas de la más simple reflexión y análisis, sin consultar a las demás representaciones políticas españolas, han contribuido a la precipitada decisión de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, tenga o no tenga razones para ello. Pues al criticar su decisión como lo han hecho, de forma airada, han manifestado ser más papistas que el Papa, prestándose a defender las grandes compañías transnacionales para producir el eco político necesario que impida el brote de un posible contagio internacional.

Con estas manifestaciones airadas, aunque crean tener la razón, no cabe duda de que todavía quedan reminiscencias del poder absoluto en las estructuras sociopolíticas hispánicas que nos recuerdan a la España imperial. La que no supo mantener su imperio, precisamente, por no ejercer la equidad que debía imperar entre sus dominios y en compartir atributos de convivencias. Su prepotencia la condujo su irracionalidad, generando el odio entre pueblos nobles y pacíficos del continente americano, que despertaron y lucharon para ser hoy soberanos y dueños de su propio destino; no así el pueblo canario, que aún sigue manipulado sin poder despertar de su pesadilla colonial.

A pesar de las fuerzas coercitivas que produce el gran capital en su devenir histórico, se vislumbra que el capitalismo salvaje, enriquecedor de unos pocos en detrimento de la mayoría, está condenado a grandes presiones de justicia social, que terminarán por imponer otra forma de convivencia social más equitativa, basándose en el trabajo creador y constante, como manifestara el cardenal Pierre Teilhard de Chardin en su obra "Visión cósmica". El capital es necesario que aumente por sus gestiones y hay que sostenerlo como base de sustentación laboral y económica, pero tiene que estar en función social de la mayoría, y para ello hay que trabajar y producir. El olé, olé y olé continuado de un pueblo que quiere vivir del cuento permanentemente a expensas del Estado es lo que ha generado actualmente la situación crítica financiera de España.

Señores representantes del Gobierno español, recuerden que hace ya más de dos siglos que el poder absoluto imperial que tuvo España en América dejó de serlo, y gracias a su emancipación en América hoy están disfrutando todos sus pueblos de libertad soberana, a pesar de haberles dilapidado sus grandes riquezas, que España no supo conservar por sus malos gobiernos. Con sus declaraciones omnipotentes como si aún estuvieran ejerciendo el omnímodo poder de la Inquisición, no van a conseguir lo que pretenden explotar a sus antojos, como son las riquezas naturales del pueblo argentino.

El Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar, ha sido el único que después de muerto ganó una batalla, no traten de imitarlo; ya el imperio español falleció. Sepan diplomáticamente conservar las buenas relaciones que España tiene con Latinoamérica para que otras inversiones que aún tienen en el continente no se las nacionalicen. No olviden que ya sus pueblos son libres y soberanos y están en el deber de defender sus patrimonios. Por lo tanto, están en su derecho de nacionalizar sus recursos naturales no renovables, como es el petróleo. Procuren finiquitar sus dificultades amistosamente, no con ese tono prepotente que nos hace recordar la traumática expresión de gobiernos de facto "ordeno y mando". Y bueno sería que se abocaran a programar pacíficamente la independencia de nuestras Islas Canarias, y no seguir explotando sus recursos como lo están haciendo.

No engañen más a nuestros pueblos insulares haciéndoles ver que son sostenidos por la metrópoli, cuando es todo lo contrario. Sean sensatos y no sigan poniendo más leña al fuego, que nos podemos quemar todos, pues Canarias tiene derecho a su independencia.

franciscoteide@cantv.net

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