Carta a S.S. el Papa Benedicto XVI

 

Santo Padre: En ocasión de la visita pastoral de Su Santidad a España, con motivo de la XXIV Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), me permito la licencia de escribir esta misiva a S.S. impulsado por mis convicciones éticas y morales, e imbuido del espíritu conciliador y humanista que caracteriza el Pontificado de Su Santidad. Y lo hago desde el laicismo positivista e integrador de un canario que recaba respetuosamente de S.S. la intervención y mediación como jefe del Estado Vaticano -el Estado más representativo de la tierra- y Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, en favor de mi patria, Canarias, vilmente colonizada por España desde hace seis siglos. Y cuyo devenir histórico quedó íntimamente ligado a la propia Iglesia Católica, desde el mismo momento de su cruenta conquista por las tropas de Castilla, y su impuesta evangelización por los frailes misioneros, entre 1402 y 1496.

Para denunciar ante Su Santidad la gravísima e insostenible situación colonial que padecen las Islas Canarias, utilizo las páginas abiertas de este periódico (del que soy columnista habitual), que es el único medio de comunicación de este Archipiélago que defiende a ultranza la libertad y dignidad del pueblo canario y pide abiertamente la independencia de este territorio de ultramar. Por ello, su editor-director y colaboradores afines a su línea editorial somos perseguidos y estigmatizados por el aparato del Estado español que opera en Canarias y que actúa como una auténtica versión política de la Inquisición.

Y en este punto es importante recordar algunos pasajes del discurso de Su Santidad a los representantes de los medios de comunicación social, presentes en Roma para el Cónclave que designó Papa a Su Santidad:

"Para que los medios de comunicación social puedan prestar un servicio positivo al bien común, hace falta la contribución responsable de todos y cada uno? Al mismo tiempo, quisiera destacar la necesidad de una clara referencia a la responsabilidad ética de los que trabajan en este sector, particularmente por lo que respecta a la búsqueda sincera de la verdad, así como a la defensa del carácter central y de la dignidad de la persona". Y yo pregunto con todo respeto a Su Santidad: ¿no es la colonización atentatoria contra la dignidad de los pueblos? ¿El colonialismo, intrínsecamente perverso en sí mismo, no es contrario a los derechos humanos? Además, cuando el 25 de marzo de 1977 el Papa Pablo VI nombró a S.S. arzobispo de Munich y Freising, y más tarde cardenal, Su Santidad escogió como lema episcopal "Colaborador de la Verdad", que explicaba así: "Escogí este lema porque en el mundo de hoy el tema de la verdad es acallado casi totalmente; pues se presenta como algo demasiado grande para el hombre y, sin embargo, si falta la verdad todo se desmorona".

Y eso, Santidad, es precisamente lo que pretendo con este modesto escrito: denunciar la auténtica verdad de mi tierra, Canarias, ¡la primera y más antigua colonia del mundo y el último reducto del imperio colonial español!, al Papa y Vicario de Cristo en la Tierra, que el 19 de abril de 2005 se convirtió en el sucesor 264 del Apóstol San Pedro, y cuyo liderazgo influye en 1.086 millones de fieles repartidos por los cinco continentes. Ello le confiere a Su Santidad una indiscutible autoridad moral, al tiempo que concita la anuencia mundial, lo que convierte a S.S. en el mejor interlocutor y mediador posible en el contencioso histórico Estado español-Canarias. ¿Habrá mayor caja de resonancia para la causa canaria que la universalidad de la Iglesia Católica y mejor defensor de los derechos humanos que Su Santidad? ¿No tiene derecho el pueblo canario, Santidad, a zafarse del yugo colonial español y ser libre para construir su propio futuro en paz, armonía y prosperidad? ¿No son estos valores, entre otros, los mismos que defiende la Iglesia Católica?

Porque Canarias ya existía, Santidad, antes de que España se constituyera en nación a partir de la conquista de Granada por los Reyes Católicos en 1492. En este territorio insular, a 1.400 km de las costas europeas y a tan solo 96 km del vecino continente africano, habitaba un pueblo aborigen libre y pacífico (¡mis antepasados!) que tenía su origen entre los pueblos bereberes del norte de África, con una estructura social y familiar que fue salvajemente violentada por las tropas castellanas, en una genocida conquista por la fuerza de las armas, a que se correspondió la implacable evangelización, de un pueblo prehispánico que ya tenía su propia religión.

En efecto, Santidad: la conquista de Canarias hay que situarla en el contexto de la expansión atlántica de los distintos Estados europeos en su afán de abrir rutas y vías de comunicación con las Indias, circunnavegando el continente africano para proveerse de las especias, sedas, esclavos o metales preciosos. En este sentido, el Archipiélago canario, como enclave tricontinental (Europa, África y América), ofrecía una inmejorable base de escala y avituallamiento muy importante para los barcos que navegaban por estas rutas, o, también, aprovechando sus posibilidades humanas y materiales para obtener recursos demandados en los mercados europeos tales como esclavos, o la cochinilla, de la que se obtenía colorantes para una floreciente industria textil.

El proceso conquistador fue lento (los aborígenes canarios resistieron más de noventa años) y duró casi todo el siglo XV, realizándose en dos fases cuyas características condicionaron la evolución histórica posterior de cada isla. La fase inicial es identificada como fase señorial, ya que durante la misma las Islas que se conquistan (Lanzarote, Fuerteventura, La Gomera y El Hierro) van a serlo por parte de nobles europeos (franceses como Jean de Béthencourt o castellanos como Hernán Peraza o Diego de Herrera) que, poniéndose al servicio de los monarcas de Castilla, emprenden la conquista como una empresa particular, obteniendo de ello derechos señoriales o feudales sobre las tierras y los pueblos conquistados. Derechos que tendrán un carácter hereditario y condicionarán las formas de explotación económica y el control social y político de las islas mencionadas hasta bien entrado el siglo XIX.

La segunda fase viene dada por la conquista realenga, llamada así porque en la misma se implicaron de forma directa los reyes de Castilla, colocando a las islas en esta época conquistadas (Gran Canaria, La Palma y Tenerife) bajo su directo control señorial y político. Proceso en el que intervienen tres agentes: los monarcas, que disponen y ordenan la conquista; los comerciantes y banqueros (genoveses fundamentalmente), que la financian a cambio de concesiones económicas importantes sobre las islas conquistadas, y, por último, los conquistadores, que organizan las huestes militares, someten a la población aborigen y se verán beneficiados por el reparto posterior de las tierras conquistadas.

Hacia el año 1496, con la culminación de la conquista de Tenerife, la última isla en ser sometida, el Archipiélago canario es anexionado por la Corona de Castilla. Luego seguiría un largo y depredador proceso de colonización que perdura hoy en día.

Y fue precisamente, Santidad, un religioso franciscano de origen andaluz, fray Juan Abreu y Galindo, quien dejó constancia fehaciente de los episodios de la conquista en su obra "Historia de la conquista de las siete islas de Canaria", escrita probablemente entre 1590 y 1600, y que constituye una de nuestras fuentes etnohistóricas más importantes. Sus informes históricos y lingüísticos, utilizados por los historiadores canarios desde el siglo XVII, siguen siendo indispensables para el conocimiento del pasado insular. No menos importante fue la obra del erudito José de Viera y Clavijo (1731-1813), natural de Tenerife y una de las personalidades más relevantes de la cultura canaria del siglo XVIII. Dotado de una excelente formación humanística y teológica, fue ordenado sacerdote en Las Palmas de Gran Canaria en 1741. Escritor, poeta, botánico e historiador y uno de los máximos representantes de la ilustración canaria, escribió "Noticias de la historia general de las islas de Canarias", que es un auténtico tratado de geografía, antropología, historia, política, etcétera.

Respecto a la evangelización de Canarias, Santidad, la labor de la Iglesia Católica tiene luces y sombras. Fue un proceso inquisitorial en el que la cruz y la espada iban de la mano, y que, según el historiador canario Fajardo Spínola (Lanzarote, 1947), en su libro "Las víctimas de la Inquisición en las Islas Canarias", los nativos perseguidos y castigados por ese tribunal religioso en el Archipiélago arrojan un balance de 2.319 represaliados, cifra bastante elevada si tenemos en cuenta la diezmada población de la época. Con el agravante, Santidad, de que la religión de mis antepasados, los guanches, giraba en torno a una deidad femenina, la Diosa Madre Chaxiraxi, en contraposición a la religión católica, que imponía la adoración y culto a una única deidad masculina, Dios. Y es que la religión guanche, Santidad, era fiel reflejo de una sociedad matriarcal, de descendencia matrilineal, esto es, femenina, donde la mujer era respetada, venerada y valorada como portadora de los mejores valores espirituales, éticos y morales. ¿Es acaso causalidad, Santidad, la advocación mariana del pueblo canario que profesa una alta adoración a las Vírgenes? De hecho, cada isla del Archipiélago tiene su propia Virgen-Patrona, siendo la venerada Virgen de Candelaria la Patrona de Canarias, y cuya festividad se celebra el 15 de agosto. Su aparición, allá por 1400, y hechos posteriores los recoge el fraile dominico Alonso de Espinosa en 1590, en su obra "Del origen y milagros de la Santa Imagen de Nuestra Señora de Candelaria".

Como sabrá Su Santidad, la conquista misional de las Islas estuvo encomendada desde el primer momento a los frailes, pertenecientes en su mayoría a las órdenes religiosas de franciscanos y dominicos. Los misioneros, igual que ocurrirá en América, acompañaban a los conquistadores en su misión de convertir y catequizar a los canarios considerados infieles. En muchos casos, las misiones se adelantaban a la acción militar, toda vez que preparaban a los nativos para facilitar el sometimiento. También eran las órdenes religiosas las únicas instituciones que se ocuparon de la enseñanza.

Esta conquista espiritual reviste en las Islas una especial importancia, pues, según las normas canónigas de la época, los "infieles" que aceptasen de buen grado la fe misionera estarían a salvo de cualquier tipo de esclavitud. Mientras que aquellos que rechazaban la fe o soberanía del conquistador, una vez capturados, serían vendidos como esclavos, como hacían los conquistadores Fernán Peraza, Pedro de Vera o Alonso de Lugo, que vendían como esclavos a canarios aborígenes sin el menor escrúpulo. Lo que hacía que misioneros y obispos, contrarios a esta práctica salvaje, elevaran sus protestas hasta la misma Corte o Papado.

La acción evangelizadora de Canarias, Santidad, comenzó tempranamente en la segunda mitad del siglo XIV con frailes mallorquines y catalanes que fundaron las primeras misiones en la isla de Gran Canaria. Ello dio lugar al primer obispado de Telde, en dicha isla, convirtiéndose así en la primera sede del obispado de Canarias, denominado "la Fortuna", según bula del Papa Clemente VI del 7 de noviembre de 1351. Este obispado tuvo una existencia corta y convulsa, porque, después de ser revitalizado por la llegada de frailes carmelitas y agustinos en 1386, acabó con la matanza de los religiosos en 1391, que los nativos asociaban con mercaderes de esclavos.

Pero la verdadera evangelización del Archipiélago, Santidad, empezó con la conquista de Juan de Bethencourt, a cargo de los frailes normandos Bontier y Le Terrier, los cuales fundan en 1404 la diócesis de San Marcial del Rubicón en Lanzarote. Decenas de años más tarde, ya había sido cristianizada la mayor parte de la población de las islas de Lanzarote, Fuerteventura y El Hierro, al mismo tiempo que se había iniciado la predicación del Evangelio en La Gomera y Gran Canaria, y los frailes en este tiempo habían preparado un catecismo para uso de los canarios.

Al final del periodo de Señorío, las Canarias tenían misiones en todas las Islas y se habían levantado ermitas en todas ellas. El Papa Martín V creó, el 20 de noviembre de 1424, con jurisdicción en las Islas Canarias, excepto en Lanzarote, la diócesis de Fuerteventura. Esta fue creada como consecuencia del cisma de Occidente, generado por el doble Papado en Roma y en Avignon, siendo heredero de esta última sede Benedicto XIII o "Papa Luna", establecido en Peñíscola (Castellón). En el concilio de Constanza se depuso a los Papas de Roma y Avignon, dejando a Martín V como único Papa de Roma. Hubo vanos intentos para que Benedicto XIII renunciara, pero este se negó siempre. Martín V envió a España a un representante con la misión de envenenar a don Pedro Luna, pero no tuvo éxito. El cisma incidió en Canarias al permanecer el obispo de Rubicón, fray Mendo de Viedma, fiel al destituido "Papa Luna". Entonces, fue nombrado el franciscano fray Martín de las Casas como obispo de Fuerteventura. Con todo, al morir Benedicto XIII, fray Mendo viajó a Roma y se reconcilió con el Papa Martín V, quien anuló el obispado de Fuerteventura.

Como la venta de aborígenes canarios continuaba, los obispos y misioneros denuncian este negocio ilegal. En esta humanitaria labor, que es consustancial con la Doctrina de la Iglesia Católica, destacan fray Alfonso de Bolaños y el obispo Fernando de Calvetos. Isabel la Católica respaldó la labor misionera en defensa de los indígenas canarios, declarando la libertad de los infieles convertidos. Estas denuncias partían de frailes u obispos. En este sentido destacan Juan de Frías, que denunció los atropellos y vejaciones de Fernán Peraza y fray Miguel de la Serna, como protector de los indígenas. Hacia 1485, el obispado del Rubicón se trasladó a Las Palmas de G. C. con jurisdicción sobre todo el Archipiélago. En los primeros repartimientos que hizo Pedro de Vera, el obispado canariense fue beneficiado con el término de Agüimes, en régimen de jurisdicción señorial. Y actualmente, Santidad, Canarias depende de la Archidiócesis de Sevilla, cuando lo ideal sería tener nuestro propio Nuncio Apostólico y un diplomático canario embajador en El Vaticano.

El papel de Canarias en la historia ha sido muy relevante, Santidad. Desde mi isla, La Gomera, partió Cristóbal Colón hacia el descubrimiento de las Indias, y desde este enclave geoestratégico y base logística que es Canarias se conquistó y evangelizó América, proceso en el que los canarios pagaron un alto tributo de sangre, no restituido aún. Todo comenzó con las bulas de donación del Papa Alejandro VI. La llegada de Cristóbal Colón a América molestó a Portugal, pues, según su rey, Juan II, se había incumplido el Tratado de Alcaçovas, de 4 de septiembre de 1479. Los españoles, por su parte, argumentaban no haber violado dicho tratado, pues Colón no había invadido el espacio marítimo situado al sur de las Canarias al navegar hacia el Oeste. Se sucedieron entonces las conversaciones diplomáticas, pero sin resultados. En 1493, los Reyes Católicos acudieron al Papa Alejandro VI para que mediara y pusiera fin a la controversia que se había generado. Las cinco bulas papales de Alejandro VI, que darían origen al Tratado de Tordesillas, de 7 de junio de 1494, constituyeron el último gran acto de soberanía universal del pontificado romano, al tiempo que marcaron los prolegómenos de la conquista de América, en la que Canarias tuvo un gran protagonismo, inclusive, en el proceso emancipador posterior.

Según el reputado historiador e investigador canario y gran americanista Rumeu de Armas ("in memoriam"), autor de una amplia bibliografía, en su libro sobre "La política indigenista de Isabel la Católica" (Madrid, 1969), cuenta que las acciones misionales que se desarrollaron a mediados del siglo XIV, concretamente, con los aborígenes canarios, marcaron el trato y la defensa que se dio a los indígenas. El Papa Eugenio IV, en la bula Regimini gregis (1434), proclamó la libertad de los aborígenes en los territorios en los que se evangelizaba. Juan II de Castilla respaldó con su autoridad el mandato pontificio. La reina Isabel defendió en las postrimerías de su reinado la libertad de los aborígenes canarios; y esa actitud de mea culpa de la Corona española en las Islas Canarias prosiguió en América, como muestra la Real Cédula de 2 de diciembre de 1501.

La experiencia que se tuvo en la colonización y cristianización de las Islas Canarias sirvió de fundamento al principio rector formulado por la reina Isabel en el codicilo de su testamento, al mandar que en las Indias y Tierra firme del Mar Océano, descubiertas y por descubrir, fuesen cristianizados sus habitantes y no se consintiese que los indios "vecinos y moradores" recibiesen "agravio alguno en sus personas ni bienes" y que fuesen "bien y justamente tratados".

Pese a todo, Santidad, y aunque como cristianos perdonemos, la memoria histórica nos impide olvidar los execrables episodios genocidas ocurridos tanto en la conquista y cristianización de Canarias como de América, que constituyen ¡¡auténticos crímenes de lesa humanidad cometidos por España que no prescriben jamás!! Por ello, es reconfortante comprobar cómo la luz evangelizadora de la Iglesia Católica brilla con fulgor en su propia redención, cuando se desmarcó de las atrocidades y tropelías cometidas por los vándalos conquistadores españoles. En ese fenómeno redentor, donde la Iglesia Católica se alineaba con las víctimas y con los más débiles, destaca sobremanera la figura del fraile dominico español Bartolomé de las Casas (1484-1566).

Nacido en Sevilla, fue cronista, teólogo, obispo de Chiapas (México), jurista y apologista de los indios, y le fue otorgado el título de "Protector de los Indios" por el cardenal Cisneros. La larga vida y la extensa obra de fray Bartolomé de las Casas, en la que destaca su excelente libro "Historia de las Indias", han dejado una huella extraordinaria en la memoria colectiva sobre la conquista y colonización de América, convirtiéndolo en un clásico de la cultura latinoamericana. Su contribución a la teoría y práctica de los derechos humanos puede apreciarse en su "Brevísima relación de la destrucción de las Indias", la cual, por ser escrita a mediados del siglo XVI, constituye el primer informe moderno de derechos humanos. Junto con Francisco de Vitoria, Bartolomé de las Casas es considerado uno de los fundadores del derecho internacional moderno y precursor de los derechos humanos junto al jesuita portugués Antonio Vieira. Tanto Vitoria como de las Casas se ocuparon del problema alrededor del cual emergió el derecho de gentes en la época moderna: la definición de las relaciones entre los imperios europeos y los pueblos del llamado "Nuevo Mundo", cuya tarea requería de la creación de un marco jurídico suficientemente amplio para ser válido al mismo tiempo para europeos y aborígenes. La tradición legal que fue usada para tal fin fue precisamente la del derecho natural, la cual fue tomada del derecho medieval y la filosofía estoica.

La contribución de Canarias, Santidad, a la evangelización de América latina tiene dos claros exponentes canarios, entre otros que sería prolijo enumerar: fray Pedro de Betancur, o el "Hermano Pedro", y José de Anchieta, conocido como "Padre Anchieta". El misionero canario Santo Hermano Pedro de San José Betancur nació en Vilaflor (Tenerife) el 21 de marzo de 1626, y falleció en Guatemala el 25 de abril de 1667. Evangelizó Guatemala y fundó en 1656 la Orden de los Hermanos de Nuestra Señora de Bethlehem, conocida como Orden de los Betlemitas. Es el primer santo canario y el primer santo guatemalteco, beatificado en 1980 y canonizado por el Papa Juan Pablo II en 2002.

El Padre Anchieta, evangelizador de Brasil, nace en La Laguna (Tenerife) el 19 de marzo de 1534, año de la fundación de la Compañía de Jesús en Canarias, y en 1548 se desplaza a la Universidad de Coimbra en Portugal, donde ingresa en la citada Orden, siendo enviado posteriormente como misionero a Brasil, donde fundó la ciudad de Sâo Paulo y fue uno de los fundadores de Río de Janeiro. Fallece en Anchieta (Brasil) en 1597 y fue beatificado por el Papa Juan Pablo II en 1980, estando en trámite su canonización. José de Anchieta en Brasil, como Vasco de Quiroga en México o José Acosta en Perú, fue uno de esos asombrosos humanistas cristianos que vieron los siglos XVI y XVII. Tan sabio como santo, tan artista como apóstol, su apasionante e intensa vida es una de las glorias de la orden fundada por san Ignacio de Loyola y de la Iglesia universal.

Y hasta aquí, Santidad, una pincelada de la historia de Canarias cuya conquista y evangelización y posterior colonización han condicionado nuestro devenir histórico; y donde, en efecto, se constata la gran vinculación histórica del pueblo canario con la Iglesia Católica. Ahí está para corroborarlo la presencia de jóvenes canarios en la JMJ que Su Santidad presidirá en territorio español. Una juventud, la canaria, nuestro relevo generacional, con grandes valores humanistas y gran preparación académica y profesional que se ve obligada a emigrar (una constante histórica en el pueblo canario) para poder trabajar. Ello es debido, Santidad, a la ya crónica y caótica situación de nuestro Archipiélago, sumido en una profunda crisis económica que, si bien es consecuencia de las turbulencias en los mercados internacionales, no es menos cierto que en nuestra tierra adquiere una mayor gravedad dada nuestra anacrónica situación colonial. Muchos estratos sociales del pueblo canario, Santidad, pasan hambre y miserias, y gracias a la labor humanitaria de Cáritas pueden comer siquiera una vez al día; mientras esto sucede, la clase política goza de suculentos sueldos y disfruta de numerosas prebendas. Los canarios, Santidad, seguimos padeciendo una burguesía insolidaria y egoísta, colaboracionista con la metrópoli, y una casta política y empresarial, corrupta e inepta, y somos cautivos de unas instituciones impuestas por España, cuyo cometido primordial es mantener el actual statu quo.

Ante este desolador panorama, y en consonancia con los valores cristianos que la Iglesia Católica propugna y fomenta, se impone la intervención papal (de la que existen precedentes), para que Su Santidad medie ante el Estado español para propiciar el necesario e inaplazable traspaso de poderes que permita que Canarias se constituya en un Estado libre y soberano, miembro de pleno derecho de la comunidad internacional. El pueblo canario, Santidad, merece ser salvado de las garras del colonialismo español, que dura ya seis siglos. Para ello apelo a una de las encíclicas del Papa Benedicto XVI, Spe salvi ("Salvados en esperanza"): La esperanza como salvación. Por tanto, Santidad, ¡la esperanza nos mantiene!

 

Fdo:

Ramón Moreno Castilla

Canarias, 14-08-2011

rmorenocastilla@hotmail.com

Publicado en el periódico El Día, sección Sociedad, 14-08-2011