Juanmago
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Desde
el punto de vista de la expansión europea,
estas islas constituyen un ejemplo del
interés de los nobles del siglo XV por la posesión de tierras. El archipiélago canario,
en el que estableció una colonia Juan de
Bethencourt (muerto en 1425), serviría de plataforma para
las expediciones hacia el oeste, hacia el continente americano.
La
existencia de las islas se conocía desde antiguo, y durante el siglo XIV parece
que los europeos desembarcaron en ellas (particularmente los portugueses,
en 1341), pero la belicosidad de la población nativa evitó cualquier
asentamiento duradero. Bethencourt, que no obtuvo ayuda de su propio señor, el
rey de Francia,
sí la halló en el soberano de Castilla,
que se interesó por la aventura. El argumento de que la posesión de estas islas
constituiría una ayuda en las guerras contra los musulmanes parece
que convenció, pues no parecía tener entonces ningún interés económico.
Parece
que los primeros contactos mantenidos entre Europa y un pueblo cuya religión no
comportaba adoración de un dios antropomorfo fue el que se tuvo con los
habitantes de las islas Canarias, los cuales adoraban al sol, la luna, las
montañas, las estrellas… Ello obligaría a considerar otras cuestiones hasta
entonces no tenidas en cuenta, en el Derecho internacional, por ejemplo, pues la relaciones de los cristianos con otros pueblos habían
sido planteadas, en líneas generales, como las relaciones entre cristianos e
infieles.
Las
descripciones sobre los canarios, contenidas en los relatos de diferentes
expediciones de los siglos XIV y XV, y compilaciones posteriores de las mismas,
nos ofrecen una imagen de ese pueblo que dista de ser homogénea. Existe cierta
coincidencia en presentarlos como de bella figura, de cuerpo
ágil y valerosos, pero no hay tanta coincidencia con respecto a sus
valores morales y en el juicio sobre algunas costumbres.
La
descripción del conocido Boccaccio (alrededor de 1341), contenida en un
manuscrito que encontró y publicó Sebastián Ciampi (1827), es la que sigue:
La
isla de donde vienen [los canarios] se llama Canaria y es la más habitada; no
pueden comprender ninguna lengua, aunque se ha probado a hablarles varias
diferentes; son más grandes que nosotros; son corpulentos, con coraje y
fuertes, y de una gran inteligencia, como hemos podido constatar. Hablan entre
ellos por gestos. Cantan dulcemente y bailan, casi como si fueran franceses;
son vivos y alegres, y bastante corteses, más que los españoles. Se les han
mostrado piezas de plata; no la conocen, igual que los perfumes del tipo que
sean. Les hemos mostrado collares de oro, vasos con motillos detallados,
espadas de todo tipo. Parece que nunca han visto ni poseído parecidas; entre
ellos hacen gala de una gran confianza y de una gran lealtad, por lo que hemos
podido juzgar, pues no se puede dar a uno de ellos cualquier cosa de comer sin
que lo parta para darle a uno de ellos su parte. Las mujeres se casan y las que
ya están casadas llevan calzón como los hombres, pero las jóvenes se pasean del
todo desnudas sin tener vergüeza.
Ca da Mosto, después de dos viajes sucesivos, al parecer
realizados en 1454 y 1455, nos ofrece esta descripción de los tinerfeños:
La
isla está gobernada por nueve señores llamados duques, los cuales no son
elegidos por derecho de sucesión o de herencia, sino por el de la fuerza; por
esta razón se hallan siempre en guerra, matándose como bestias. Sus armas son
piedras, y una especie de venablo o lanza de una madera tan dura como el
hierro, cuya punta está armada de un cuerpo agudo o bien endurecido al fuego.
Están desnudos del todo, excepto algunos que se hayn
vestidos de pieles de cabras por delante y por detrás. Se untan el cuerpo con
grasa de macho cabrío, mezclada con el jugo de ciertas yerbas, para guarecerse
del frío, sin embargo poco riguroso en estos climas meridionales. No construyen
casas, y no habitan sino en cuevas de las montañas; se alimentan con cebada,
carne y leche de cabras que poseen en abundancia; comen también frutas y
especialmente higos; y como los calores son más fuertes en este país, cosechan
trigo en el mes de marzo y abril. Son idólatras, y adoran al sol, la luna, las
estrellas y otros diferentes objetos. Toman tanta
mujeres como quieren, pero no tocan a sus esposas vírgenes sino después que han
pasado una noche con su señor, lo que consideran como un insigne honor… Entre
estos insulares existe una de las costumbres bárbaras: al advenimiento de uno
de sus príncipes, sucede con frecuencia que uno de sus súbditos se sacrifica en
su honor. Dícese que el nuevo príncipe, sensible a este sacrificio voluntario,
no deja de recompensar a los parientes del muerto. Los canarios son astutos y
vivos, acostumbrados a correr en medios inaccesibles y a saltar los más
peligrosos precipicios con tanta ligereza como los cabritos: sus saltos
sobrepujan a todo aquello que pudiera creerse. Arrojan una piedra con una
fuerza y destreza sorprendentes, y jamás yerran el golpe; el vigor de sus
brazos es tal, que algunos golpes son suficientes para romper un escudo en mil
pedazos. Tanto los hombres como las mujeres tienen la costumbre de pintarse el
cuerpo con el jugo de yerbas de diversos colores, verde, rojo
y amarillo.
En
cualquier caso, en estas descripciones sólo hay una alusión a la barbarie de
los canarios, en Ca da Mosto, cuando cita el
sacrificio humano con motivo de la entronización de un “rey”· En cambio, en
otras descripciones, algunas contemporáneas y otras posteriores fruto de
compiladores, la visión de los canarios es algo diferente, e insisten más
en aquellos aspectos que denotan la barbarie. En efecto, Boemus,
Thévet y otros presentan como principales rasgos de
la vida de este pueblo aquellos que, de acuerdo al estereotipo europeo vigente,
denotan barbarie. En un documento de alrededor de 1434 remitido al papa por los
portugueses, se encuentra una descripción de los canarios que contrasta
considerablemente con la del manuscrito de Boccaccio:
Están
habitadas por hombres indómitos, casi salvajes, que, no estando sujetos a
ninguna religión, como tampoco se rigen por ninguna ley, suscitándose pocas
relaciones con otros conciudadanos, viven en los campos, como las bestias.
Entre ellos no se conoce el comercio por mar, ni el uso de las letras, como
tampoco el de algún metal o moneda. En fin, no tienen habitación y no llevan
vestidos, sino una especie de cintura de hojas de palma o pieles de cabras para
cubrir sus partes vergonzosas, andan muy rápidos con
los pies descalzos sobre terrenos rocosos y montes muy escarpados y se esconden
en grandes cavernas y grutas escarpadas.
Boemus, además de la barbarie de los canarios,
que consiste fundamentalmente en la idolatría, destaca otros aspectos que
denotan barbarie:
al
fin fueron vencidos y reducidos a la sujeción de España y al culto divino.
Antes desto no tenían uso de pan ni de vestido, más vestíansed de pellejos de animales, comían raíces de
yerbas, leche y carne de cabras, y frutas de árboles. Casaban con muchas
mujeres y los capitanes y señores desfloraban las novias por honra, tenían
casas de ramos y cuevas donde moraban. Carecían de fuego, letras y bestias de
carga, labraban la tierra con cuernos de bueyes y cogían mucho fruto. Adoraban
a un solo Dios, alzando las manos al cielo. Tenían sus oratorios, los cuales
cada día rociaban con leche de cabra. Estos llamaban animales santos. Tenían su
lengua bárbara, cada isla su lenguaje con la cual se entendían.
De
todos estos textos cabe destacar que las principales características que se
perciben de la vida de los canarios son la idolatría o la falta de religión, la
ausencia de leyes, de letras y de moneda. En buena medida, éstas son las
características de los hombres salvajes o bárbaros, según los relatos de los
viajeros antiguos y medievales. El hombre salvaje se define por sus costumbres
y por su físico. No parece que los canarios fueran considerados salvajes por su
físico: “los habitantes son gente hermosa” es una observación frecuente en las
primeras relaciones; pero sí en cuanto a su hábitat (insistencia en que viven
en cuevas o cavernas), su idolotría, su alimentación
(no saben hacer pan) y, en definitiva, por comportarse como animales: corren
por la montaña como cabritos, van desnudos o visten pellejos, carecen de letras
e, incluso de lengua “conocida”. Este tipo de consideraciones, o este patrón de
descripción para los “otros” lo encontraremos reiteradamente en los escritores
de finales del siglo XV y en los del siglo XVI, aplicados a los nuevos pueblos
con los que los europeos tomaban contacto, en África o en América: “sin rey,
sin ley y sin fe” es una síntesis recurrente.
El
caso de los canarios constituye un precedente de uno de los aspectos que
resultarán polémicos a lo largo del siglo XVI, y que arranca de las reflexiones
de Inocencia IV en relación con los derechos de los infieles. En la primera
mitad del siglo XV Europa comenzó a darse cuenta de que las cualidades morales
de los canarios contrastaban con el fanatismo hostil de los árabes, y su
condición espiritual ante la ley canónica provocó cierta inquietud. En la
medida en que hacían gala de cualidades que atestiguaban alguna virtud natural,
ya que no cristiana, ¿se les podía atacar legítimamente y reducirlos a
esclavitud, como se hacía con los árabes infieles? Las respuestas apuntaban que
a los canarios debía situárseles en un plano espiritual diferente al de los
moros infieles. Algo similar ocurriría más tarde con los negros del continente
africano y con los indios americanos. El hecho de que, a diferencia del
musulmán infiel, los canarios y los negros “ignoraran el nombre de Cristo”
parecía indicar que no habían recibido la predicación del Evangelio y que, por
lo tanto, habían permanecido al margen de la historia cristiana. Todas
estas cuestiones culminarían cuando se discutieran las causas justas o injustas
de la guerra, a su vez justa o injusta, contra los indios.