Canarias no es Catalunya
Antonio
Cubillo Ferreira *
Los llamados políticos canarios autonomistas y paulinistas tienen que tener cuidado con el lenguaje que
emplean últimamente en sus falsos acosos al gobierno colonial para hacerse ver,
como lo de tener una Hacienda canaria, diciendo que Catalunya
y Euskalerria la tienen y Canarias no. Pero es que Catalunya es un pueblo sometido por la monarquía española y
con unas tradiciones de lucha, rebelión y combate; se olvidan de que ya en 1640
declaró la independencia separándose de España, el día del Corpus, el mismo día
y año que lo hizo Portugal, y volvió a declararla en abril de 1931.
Los catalanes, que no
son españoles, hablan otra lengua y tienen sus costumbres propias. Están hartos
de España, donde los metieron los reyes con la unión de las coronas de Castilla
y Aragón en 1479, por la boda de Fernando e Isabel, mal llamados Reyes
Católicos, que terminaron la conquista de Canarias y empezaron con la gran
masacre de los pueblos americanos, expulsaron de la península Ibérica al pueblo
judío sefardita y trajeron la maldita Inquisición.
La indignación de los
catalanes empezó con este matrimonio, porque los castellanos los trataban como
colonizados y por la política centralizadora del conde-duque de Olivares, que
en 1621 escribió una memoria al rey en la que se muestra partidario de suprimir
la autonomía y las libertades catalanas y la de otros reinos y unificar una
política centralizadora y aumentándole los impuestos. Ya en 1629 la presencia
de soldados en Barcelona, procedentes de Castilla e Italia, produjo incidentes
con la población civil. Al descontento se sumaron los desacuerdos sobre el
alojamiento de la tropa, pues el fuero catalán citaba que tan solo debían ofrecer
habitación, cama, mesa, fuego, sal y servicio, debiendo el resto de las
necesidades ir por cuenta del alojado, pero ustedes se pueden imaginar los
desafueros que hacía la soldadesca entre la población civil.
Debido a estos
desmanes, en 1630 los catalanes dirigieron al rey sus reclamaciones y en 1632
con ocasión de su presencia en las Cortes, pero no les hicieron caso. En 1632,
Felipe IV volvió a Barcelona a presidir las Cortes y pedir dinero, que no
consiguió. Al irse de la ciudad, puso como virrey el cardenal-infante, cuya
gestión de los temas militares produjo nuevos choques. De Madrid vino la orden
de aplicar el impuesto del "quinto" (1/5 de las rentas del
municipio), contra la cual se alzaron en reclamación los conselleres
y la Generalidad. El descontento de los campesinos por la forma de comportarse
la soldadesca española continuaba de día en día.
Hay que aclarar que en
aquellos años existía una situación de guerra entre Francia y España desde
1635. En marzo de 1639 se ordenó que los apremios de guerra obligaban a asentar
a los soldados en el Principado de Cataluña, aunque fuera echando a los vecinos
de sus camas, pues "supuesto que con el enemigo a la frente no es tiempo
de admitir réplicas". En septiembre los franceses invadieron el Rosellón en la Cataluña francesa, al mando del general Condé, y tomaron la plaza de Salces. Los catalanes
formaron, con ayuda de soldados reales, un ejército de treinta mil soldados al
mando del virrey Santa Coloma, que recuperó la plaza el 6 de enero de 1640.
El conde duque de Olivares,
envalentonado lanzó una ofensiva con objeto de llevar la guerra a Francia. Para
ello necesitaba el ejército real utilizado en la campaña del Rosellón, que aparte de la caballería contaba con unos ocho
mil soldados. Al finalizar la campaña del Rosellón,
lejos de licenciar el ejército, Olivares ordenó que permaneciera en el
Principado, de forma que el descontento por el alojamiento de las tropas
continuó. En marzo de 1640 se ordenó que los pueblos proveyeran al
mantenimiento de las tropas, y se ordenó una leva forzosa de unos cinco mil
soldados catalanes en dos o tres tercios de infantería para incorporarlos al
ejército de Italia, debiendo procederse sin atender a "menudencias
provinciales" y añadiendo que "es remedio que se ha tomado en
Castilla, Italia y Flandes", y que estaba a punto de tomarse en Portugal,
reino al que se pedirían ocho mil soldados.
La falta de dinero
causó el intento de apoderarse de las rentas de la Generalidad, y en un Consejo
Real, el conde duque dijo que obligaría a los catalanes a contribuir a las
cargas públicas de acuerdo a su riqueza. Se hicieron planes para convocar las
Cortes catalanas en abril con un único orden del día: lo que Olivares llamaba
eufemísticamente "el remedio del gobierno", es decir, la revisión de
las constituciones catalanas para obligarla a contribuir sobre una base regular
a las necesidades fiscales y militares de la monarquía.
El alojamiento de la
soldadesca seguía levantando los ánimos de los catalanes; en marzo se ordenó la
detención de un diputado para escarmentar la Diputación. Pau
Clarís se ocultó pretextando enfermedad, pero su
compañero Francesc de Tamarit fue arrestado por el
virrey el 18 de marzo. Pareció que la calma regresó al Principado, pero las
protestas continuaban sobre todo entre los campesinos, con ocasión del
repliegue de los soldados del Rosellón. Hartos de los
españoles, los conselleres catalanes y la Diputación
emprendieron negociaciones secretas con el cardenal francés Richelieu que
fueron ratificadas a finales de mayo, antes de los hechos del día 22. Las
negociaciones con Francia se tradujeron en un convenio provisional el 15 de
agosto.
A mediados de abril,
el gobierno dispuso que los tercios intercambiaran sus lugares de alojamiento
para tratar de frenar el número de desertores. Esta medida fue bastante
desacertada, pues los soldados estaban hambrientos y los campesinos hartos de
aguantar doce años de alojamiento de tropas. El 30 de abril fue quemado vivo en
el hostal donde se refugió huyendo de la multitud un alguacil en Santa Coloma
de Farners que había llegado a esta población para
disponer el alojamiento de tropas napolitanas. Y junto a los habitantes de esta
localidad se unieron bandas armadas de campesinos. Los tercios se reagruparon
como pudieron, y el 14 de mayo regresaron a Santa Coloma de Farners,
abandonada, para arrasar la población.
El 18 de mayo se
levantó el Ampurdán y el oeste de la provincia de
Gerona, alentadas por las denuncias del obispo de Gerona, ya que los tercios
habían profanado iglesias en su marcha, y atacaron a las tropas del rey que
marchaban hacia Gerona. El cabildo de la ciudad y vecinos corrieron la voz, que
los tercios pretendían incendiar la ciudad y hubo choques armados entre
soldados y paisanos.
El 22 de mayo llegaron
a Barcelona tres mil payeses del Vallés armados
gritando: "¡Via fora, via fora,
visca la Iglesia, visca´l
rey y muyra lo mal govern".
Llevaban un crucifijo como estandarte y venían dispuestos a defender la ciudad
de lo que creían un peligro inminente por parte de los tercios. Las puertas de
la ciudad se abrieron misteriosamente por la mañana dejando entrar a los
campesinos. Encabezados por los obispos de Vic y Barcelona, se dirigieron a la
cárcel, donde liberaron al diputado Tamarit y dos consellers
que estaban presos en ella. Finalmente, se volvieron hacia el Ampurdán, asesinando a su paso a los oficiales del rey
refugiados en los conventos y hostigando a las tropas. Estos retrocedieron
hacia el Rosellón, cometiendo actos de venganza en
Calonge, Rosas y otros pueblos. El 11 de junio parte de ellas bombardeó y
saqueó Perpignan.
El 26 de mayo los
diputados catalanes escribieron a Madrid que el modo de finalizar los
disturbios sería retirando los tercios y decretando un perdón general. Sin
embargo, para el gobierno de Madrid, la retirada de los tercios estaba fuera de
discusión. El 6 de junio de 1640, día del Corpus, los segadores entraron en la
ciudad como era costumbre para buscar trabajo en la próxima siega. Junto a
ellos entraron rebeldes armados que organizaron un motín al grito de "Visca la terra y muyran los traidors".
Saquearon casas y mataron a muchos que calificaban de traidores, entre ellas al
virrey conde de Santa Coloma, catalán de nacimiento, y que fue apuñalado cuando
trataba de huir. Este acto, ocurrido en el día conocido desde entonces como el
Corpus de Sangre, fue considerado como el triunfo de la revolución y el
comienzo de la guerra entre Madrid y los catalanes, que simpatizaban con el
levantamiento.
Madrid trató de limar
asperezas; para ello nombró virrey al duque de Cardona, catalán de nacimiento y
hombre de gran rectitud. Se procuró restablecer la tranquilidad pública y las
autoridades presentaron sus quejas al rey (Proclamación Católica a la Majestad
piadosa de Felipe IV el Grande. Barcelona, 1640). No obstante, al querer
castigar los excesos de las tropas reales, fue desautorizado por Olivares, a
pesar de que reconocía los errores de las mismas. En los meses estivales de
1640 se produjo un vacío de poder. El nuevo virrey estaba a punto de morir (lo
haría el 22 de julio, otra nueva desgracia para Olivares), los jueces de la
audiencia seguían escondidos y la clase dirigente autóctona se retrajo por
miedo o indecisión.
El 21 de julio se
produjo en Tortosa otro levantamiento similar al de Barcelona que expulsó las
tropas españolas de la plaza. Desde el día del Corpus, esta ciudad había
sustituido a Barcelona como puerto de salida de pertrechos a los ejércitos de
Italia y Rosellón. Este hecho llevó a Olivares a
reconsiderar su primera política de colonización. En agosto Olivares declaró
ante el Consejo de Estado que "el primer negocio y el mayor era allanar
Cataluña".
Desde el mes de
septiembre reunió un ejército contra los catalanes. Estaba formado por 35.000
infantes y 2.000 de caballería, al mando del marqués de Vélez, nieto de Requesens, gobernador de los Países Bajos en tiempos de
Felipe II. Era originario de una familia procedente de Cataluña, y le precedía
su experiencia como virrey de Valencia, Aragón y Navarra. No obstante, la
reunión de este ejército estuvo rodeada de grandes dificultades, pues escaseaba
dinero, artillería y hombres, de manera que no pudo ponerse en marcha sino a
finales de mes, no el 1 de octubre como estaba previsto.
Para más desgracias en
el frente militar, en noviembre Olivares se enteró de que el príncipe Tomás de
Saboya había rendido Turín a los franceses, lo que provocó un pesimismo en la
Corte y el gobierno mayor que la caída de Arrás meses antes. La única buena
noticia para el conde-duque provino del frente doméstico: el 23 de noviembre el
ejército real entró en Tortosa y prestó juramento al marqués de los Vélez como
nuevo virrey de Cataluña.
Por su parte, en
octubre el embajador de Francia, Du Plessis Besancon, se reunió en Barcelona con la Diputación y su
presidente, Pau Clarís,
para convertir en definitivo un convenio previamente negociado entre ambos. Pau Clarís era canónigo del
cabildo de la diócesis de Urgel, con un fogoso
patriotismo catalán que insufló vida nueva en la Diputación y que no dudó en
enfrentarse al virrey Santa Coloma. Fruto de sus negociaciones, Cataluña se
proclamaría República independiente bajo la protección de Francia, y en vista
de que no podría soportar los gastos de la guerra contra Felipe IV, los
catalanes reconocerían la soberanía de Francia y proclamarían a Luis XIII como
conde de Barcelona. El tratado se firmó en diciembre y Luis XIII de Francia fue
proclamado conde el 23 de enero de 1641.
En el Portugal
ocupado, el duque de Braganza aprovechó la debilidad del gobierno español para
sublevarse en Lisboa el 1 de diciembre de 1640 y proclamarse rey de Portugal.
Con esta rebelión portuguesa se abría otro nuevo frente al rey Felipe IV, un
conflicto que duró más de veinte años y que se saldó con la independencia de
Portugal.
El ejército real
avanzó desde Tortosa el 6 de diciembre, apoderándose de varios pueblos. El 23
entró en Tarragona y el 26 se presentaban frente a Barcelona. Mosén Clarís convocó el somatén general el 25 de diciembre,
tropas francesas acudieron a la defensa de Barcelona y barcos franceses
iniciaron el bloqueo de Tarragona. El 26 de enero de 1641 se dio la batalla de Montjuich, primer ataque realista a la ciudad de Barcelona.
En ella participaron varios contingentes de caballería francesa. Las tropas
realistas fueron derrotadas y regresaron a Tarragona. Al poco tiempo murió
mosén Clarís y fue sustituido por don José Margarit, quien en octubre de 1641 se trasladó a París para
solicitar al rey Luis XIII, nuevo conde de Barcelona, ayuda más eficaz. A
partir de este momento, la insurrección catalana pasó a convertirse en un
escenario más del enfrentamiento hispano-francés por la superioridad europea.
En 1642 los franceses
sitiaron Perpignan y Rosas. El 16 de mayo el general
duque de Florencia se llevó de Rosas los tercios allí asentados en una escuadra
de 45 galeras; dejó una guarnición de 2.000 soldados que trataron de conquistar
Cadaqués, sin conseguirlo. El 8 de septiembre la
ciudad de Perpignan capituló y fue ocupada por los
franceses. A esta ocupación se sumó la de Salces, finalizando con ello la soberanía
española en los condados de Rosellón y la Cerdaña,
que se remontaba a varios siglos. Ese mismo año un ejército castellano se
rindió en Villafranca, y otro fue derrotado frente a Lérida. Por mar se dieron
frecuentes escaramuzas y batallas navales, especialmente frente a Badalona.
1643 significó un
cambio de rumbo en la guerra, pues varios de sus protagonistas desaparecieron.
A la muerte de Richelieu se sumó la de Luis XIII en 1643. Por su parte, el 17
de enero de 1643 Felipe IV despidió al conde duque de Olivares. En el terreno
militar las tropas francesas entraron en Cataluña como aliados de los
catalanes, pero pronto fue evidente para ellos que los soldados franceses y sus
nuevas autoridades se comportaban de igual modo a como lo habían hecho los tercios
de Felipe IV.
En 1644 el mariscal
francés Lamothe fue derrotado y los realistas
recuperaron Lérida y la comarca leridana. De hecho, hasta 1653 en que Barcelona
capituló ante Felipe IV, la línea divisoria entre las soberanías española y
francesa seguía aproximadamente el curso del río Llobregat
hasta Igualada, Cervera y la Seo de Urgel, poblaciones que cayeron en la zona francesa. En
junio de 1644 el gobernador de Rosas, Diego Caballero, tras un primer intento
fallido, logró rendir la cercana población de Palau de Cabardera
tras doce horas de lucha, en la que lograron volar una torre del castillo y
haber minado otra con barriles de pólvora.
En 1645 el conde de Harcourth, nombrado virrey de Cataluña por Luis XIV,
consiguió rendir la ciudadela de Rosas, Urgell, Balaguer y otros puntos, si
bien fracasó ante Lérida. En 1648 los franceses lograron conquistar Tortosa,
última victoria de los franceses, que retuvieron hasta 1650.
En 1649 los españoles
recuperaron la supremacía; avanzaron hasta llegar cerca de Barcelona. El
cansancio de la guerra y el comportamiento de los franceses hicieron crecer una
reacción favorable a Felipe IV entre la población catalana. En 1651 el ejército
real, al mando de don Juan de Austria, hijo natural de Felipe IV, puso sitio a Barcelona.
A pesar de los refuerzos llegados de Francia en 1652, los patriotas no
consiguen rechazar a las tropas del rey. El incendio de los almacenes que los
patriotas tenían en San Feliu de Guixols, realizado
por Juan de Austria, añadió otro peligro para los sitiados.
En septiembre de 1652
los españoles recuperaron Mataró, Canet, Calella y Blanes. San Feliú de Guixols
y Palamós. La Diputación general, que se encontraba
en Manresa, reconoció a Felipe IV. En Barcelona venció el partido de la paz, y Margarit y sus partidarios catalanes huyeron a Francia. La
ciudad, con la peste traída por las tropas españolas después de un año de
asedio, se rindió a Juan de Austria el 11 de octubre de 1652.
El 3 de enero de 1653
Felipe IV confirmó los Fueros catalanes, con algunas reservas. También mandó
reconocer los privilegios dados por el rey francés a cualquier persona o
universidad durante el periodo de la sublevación.
La reconquista de
Barcelona y la rendición de los independentistas catalanes no significó el fin de la guerra, puesto que el trasfondo de la
misma era la guerra existente entre España y Francia desde 1635. Las
hostilidades duraron siete años más, en los que las tropas francesas se
pasearon por el Principado casi a voluntad.
La dominación francesa
se reducía al Rosellón, Cerdaña y la ciudadela de
Rosas, ocupada en 1645, pero a pesar de ello Luis XIV continuó nombrando
lugartenientes generales en Cataluña, reorganizó la Generalidad en Perpiñán y continuó los ataques tras los Pirineos mediante
tropas y revolucionarios catalanes. En sus ataques llegaron en sendas ocasiones
a las murallas de Gerona y Barcelona. En 1653 conquistaron temporalmente
Castelló de Ampurias; en 1654 hicieron lo propio con Puigcerdá,
Seo de Urgell y Berga. El
fin de la guerra se saldó con la anexión del Rosellón,
el Conflent, el Vallespir y
parte de la Cerdeña a la corona francesa, anexión confirmada en el Tratado de
los Pirineos en 1659.
Esta es la historia
que los políticos autonomistas paulinistas de esta
colonia africana ignoran, y exigen que los comparen con los catalanes, dando
grititos y amenacitas vedadas, pidiendo una Hacienda canaria a la monarquía
española, que se les echa a reír. La cuestión no es tener hacienda propia
ahora, sino un Estado, una nación, la República Federal Canaria, como preconiza
el CNC.
* Presidente del partido independentista Congreso
Nacional de Canarias (CNC), brazo político del Movimiento de Liberación de
Canarias, el MPAIAC
Publicado en el periódico El Día, sección Criterios,
11-08-2012