Canarias, de la ficción a la realidad
Ramón
Moreno Castilla
El gran problema de Canarias, del que se derivan todos
nuestros males, es esa engañosa, artificial e impuesta "españolidad",
que ya está durando más de la cuenta. ¡¡Sin ningún género de dudas!! Digan lo
que digan, y se pongan como se pongan esos canarios españolistas, a los que no
les importa seguir colonizados.
Y esto ocurre porque
el Archipiélago canario es una monumental ficción político-jurídica que no se
sostiene en pleno siglo XXI. Un "territorio nacional" de un Estado
europeo en África que, insisto una vez más, la legalidad internacional no
contempla ni ampara hoy en día. Extraterritorialidad que, por otra parte, pone
en evidencia nuestra verdadera condición de territorio de ultramar, o sea, ¡¡de
colonia!! No en vano el Derecho internacional fundamenta que mientras España es
una indudable "realidad europea", Canarias es, inequívocamente, y
amén de otras consideraciones, una "realidad africana". Canarias, por
tanto, no es España al ser un enclave situado en otro continente, lejos de sus
fronteras naturales, y fuera del límite exterior de las
Otra cosa es que esa
España mesetaria y cavernícola, nostálgica del
imperio y presa aún del "síndrome del 98" por la pérdida de las
colonias americanas, siga sustentando -sin argumentos jurídicos alguno- la
"soberanía política" que todavía ejerce sobre nuestra tierra. Argucia
legal utilizada por las potencias europeas para dar "validez" a la
apropiación de territorios por la fuerza de las armas, como fue la sanguinaria
conquista y evangelización de Canarias y su posterior colonización, que dura ya
casi seis siglos, ¡¡que se dice pronto!! Y aquí es importante resaltar que ese
obsoleto y ya periclitado criterio de "soberanía política" -al que
España se aferra desesperadamente- es contrario y opuesto al principio
emergente de "localización geográfica" consagrado en el Derecho
internacional contemporáneo; donde el binomio "población y
territorio" forma parte intrínseca del nuevo concepto de
"independencia política" puesto de manifiesto en el proceso
descolonizador emprendido, finalizada la Segunda Guerra Mundial.
En este contexto, no
deja de ser una enorme contradicción que los numerosos canarios en la diáspora,
sobre todo en Europa, constaten a diario que nadie confunde a España con
Canarias, ya que se tratan de realidades diferentes y perfectamente
diferenciadas. Para la comunidad internacional (organismos supranacionales,
gobiernos, cuerpo diplomático, etcétera), Canarias es una "posesión"
-léase colonia- de España en África. Esa realidad incontestable la reconoce
implícitamente la propia UE, al catalogar a Canarias, junto con los
departamentos franceses de ultramar (DUM), como "región
ultraperiférica". De ahí que nuestro Archipiélago esté sujeto a varias
legislaciones, superpuestas y contradictorias entre si, que pretenden dar
"carta de naturaleza" a esa ficticia españolidad/europeidad de
Canarias.
Por un lado, se nos
aplica la "legalidad vigente" emanada del Derecho interno español, en
cuyo ordenamiento jurídico establecido en la Constitución de 1978 (que los
patriotas canarios acatamos por "imperativo legal"), pasamos de ser
"provincias" a considerarnos Comunidad Autónoma, dotándonos de un
Estatuto de Autonomía que no sirve absolutamente para nada. Ese sibilino
instrumento colonial, cuyo texto estatutario es un auténtico bodrio, ni
proporciona en absoluto el supuesto autogobierno prometido, ni las resoluciones
del pseudo Parlamento de Canarias son vinculantes.
Y por otro lado,
estamos encorsetados por las directivas europeas (Derecho Comunitario), en
virtud de la Resolución 110 aprobada por la Conferencia de Poderes Locales y
Regionales de Europa, en el transcurso de su 14ª Sesión celebrada el 18 de
octubre de 1979. Para luego encuadrarnos como "Islas Canarias" (¡que
no "Archipiélago Canario"!), junto con Azores y Madeira y las
colonias francesas: Guadalupe, Guayana, Martinica y Reunión -las llamadas
eufemísticamente RUP- en el Título VII, Disposiciones Comunes, Artículo
III-424, de la denominada Constitución Europea. Cuando todo el mundo sabe,
porque es metafísicamente imposible, que un "territorio europeo" no
puede estar lejos de su propio continente, ya que dejaría de ser Europa misma.
Ello ha provocado el lastimero llanto por nuestra "lejanía",
"insularidad", "abandono", etcétera, al que son tan
proclives esa caterva de dirigentes políticos y empresariales que por desgracia
estamos padeciendo.
Pero esa parafernalia
legislativa, a la que los medios de comunicación en general dan pábulo y sirven
de correa de transmisión, está perfectamente calculada y diseñada. Quiero
decir, que todo ese demoniaco entramado político-jurídico obedece a una
perversa y maquiavélica estrategia colonialista, que cuenta con la complicidad
de esos mismos medios y del abyecto colaboracionismo, reitero, de los canarios
de servicio. Porque Madrid sabe muy bien que la posición española en Canarias
es cada vez más precaria y de todo punto vulnerable; sobre todo, ante ciertas
coyunturas internas y externas (en nuestra área geopolítica). Máxime cuando
España tiene actualmente una espada de Damocles suspendida sobre sus espúreos intereses en Canarias, debido al mandato expreso
de la ONU que insta a todas las naciones de la tierra a finalizar el proceso
descolonizador en todo el mundo, ¡¡Archipiélago Canario incluido!!
Mientras todo esto
sucede, y la institucionalización del colonialismo es un hecho consumado,
cuando el intervencionismo se acentúa, y esa España "zapateril"
nos arrastra irremediablemente al abismo, persiste el clamoroso "silencio
de los corderos". Metáfora que al margen de cualquier connotación
cinematográfica -que no es el caso- refleja con toda crudeza y en toda su
dimensión la claudicante, servil y humillante actitud silenciosa de este
pueblo, resignado a su suerte. Que sigue votando, una y otra vez, a los mismos
partidos que lo han dejado en la estacada, y a esos clanes políticos que
colaboran a sabiendas con esa España retrógrada y decadente que nos coloniza,
esclaviza y explota hasta límites insospechados, en la mayor impunidad.
Un pueblo, cuyo grado
de alienación es tal, que no dice ni pío ante la caótica situación, cada día
más explosiva y peligrosa, que venimos soportando; debido, sobre todo y
fundamentalmente, a la ignominiosa indefensión político-jurídica en la que está inmersa Canarias históricamente. Y todo porque a España
lo único que le importa e interesa es seguir manteniendo "sine die", y al precio que sea, el actual "statu
quo" de este Archipiélago, pese a estar conculcando flagrantemente la
doctrina y los preceptos del Derecho internacional, y la propia Carta de
Naciones Unidas. El pueblo canario, o lo que queda de él, sigue inerme,
perdido, atrapado, e incapaz de reaccionar. Obligado a acatar leyes y
decisiones foráneas, y sufriendo en silencio y con una degradante resignación
-como un patético rebaño- el infame oprobio al que es sometido por parte
España, con la anuencia de los colaboracionistas de turno.
Y para colmo del
escarnio, y desde la desvergüenza, el cinismo y el deshonor político, ese antro
llamado Parlamento de Canarias ha sido reincidente, y ha vuelto a elegir
"presidente de Canarias" (¡¡mío no!!) a ese sátrapa de Paulino
Rivero, de triste e infausta memoria, y que pasará a la posteridad como el
mayor y más grande traidor al pueblo canario después de su homólogo aborigen,
Fernando Guanarteme.
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