La nación es un ente vivo y evolutivo 

con afianzadas raíces. (y II)

 

 

«.»  Isidro Santana León

 

 [...A pesar de las innumerables tropelías con que el colonialismo español ha querido mutilar a nuestra nación, y por muchos métodos etnocidas que haya ejecutado –como la extinción de nuestra lengua, por la prohibición y persecución de su uso–, la nación canaria existe...]

 

Sigo con mi disertación sobre el fundamento de la nación, exponiendo que sus elementos no son estáticos, sino que se fortalecen de otras aportaciones que no alteran su esencia y, por el contrario, la hacen evolucionar.  La nación canaria se forja en un principio de forma insular, dadas las características de su geografía, haciéndolo más tarde en un plano general: archipielágico.  

La inclusión antropológica –tribal y cultural– es la que ha ido conformando nuestra realidad nacional.  La llegada de grupos humanos procedentes del norte de África, en diferentes épocas y de diferentes lugares –aunque con unas raíces y denominador cultural común–, se fueron instalando en las islas, supuestamente sin hostilidad alguna por parte de los anteriormente asentados –es probable que por esa identificación primitiva– y porque todo indica que fueron traídos y confinados en las islas por alguna potencia o imperio de la época.

Una de las fuentes que en su momento consulté y que tiran al suelo toda la patraña colonialista española, fue “Magos, Maúros, Mahoreros o Amazigh”, del ilustre Hupalupa (Hermógenes Afonso); Las “ROA” (Revista del Oeste de África); “El Árbol de la Nación Canaria, así como otras lecturas de panafricanistas y procesos de las independencias de los pueblos coloniales. Haciendo algunas lecturas de la historia, creo entender que, sobre el siglo VI a.C, los cartagineses habían sometido a las tribus libias y anexionando las colonias fenicias para controlar la costa norte de África –desde el Atlántico hasta el oeste de Egipto–, existiendo la gran posibilidad de que los imazighen libios rebeldes fueran deportados y confinados en las Islas, produciéndose, quizás, el primer poblamiento de ellas. Todo indica que vuelven a realizar la misma operación de transterramiento con las tribus del oeste de Numidia, durante y finalizada la tercera Guerra Púnica (entonces como fuga, pues, éstas tribus llamadas masesilios lucharon del lado de Cartago, contra Roma) y que, más tarde, cuando el Imperio Romano es definitivo triunfador de las guerras deja toda Numidia bajo la gobernación de Masinisa (antropónimo causalmente localizado entre los canarios precoloniales, igual que Osinisa), dirigente amasigh de la región del Este, de los masilios. Más tarde quedan, como sucesores de la nación Numida, Yugurta, continuándole Juba I, quien fue derrotado por Roma –es de entender que por enfrentamientos soberanistas con este gobernador amazigh– consiguiendo así la primera provincia del imperio en África.  Tiempo después, la región fue devuelta a Juba II, gobernador también amazigh del Imperio Romano en la Mauritania (su etimología es maúro, moro, amazigh), quien va haciendo deportaciones de “bárbaros” (así llamaba el Imperio Romano a las tribus o individuos insumisos –bereberes, por metátesis–, amazigh, término del habla tamazigh), método que posiblemente duraría hasta la caída del Imperio.

Quiero apuntar un detalle importante –no conclusivo– relacionado con la posible venida de mazighios de Numidia al archipiélago. La Doctora Renata A Springer Bunk, anota lo siguiente: [En consecuencia, ello permite extraer dos hechos importantes: en primer lugar que en los alfabetos que están ausentes dichos caracteres se limitan, en la practica, a los líbicos y los canarios, mientras que, en segundo lugar, en las inscripciones más próximas a Canarias abundan los signos puntiformes. Este argumento sugiere que el aspecto de la cercanía territorial no sea el que haya condicionado la llegada de los autores de la escritura a las Islas, sino en todo caso los pobladores pudieron haber llegado de territorios mucho más lejanos, impulsados por acontecimientos históricos de aquella época]

Las islas van tomando el nombre de las tribus que se van asentando en cada una de ellas y que, sólo en algunas, el colonialismo español ha logrado alterar su toponimia, tergiversándola o aniquilándola con impostónimos castellanos,  latinos, o inventando revelaciones marianas donde había una tradición o rito ancestral de nuestro pueblo. 

Todos los estudios de campo realizados en el archipiélago y en el norte del continente africano, constatan una cultura común para los amazigh isleños y los de la Tamazgha, con sus lógicos cambios debidos al aislamiento cronológico. De igual modo lo afirman las comparaciones anatómicas de los cráneos; las investigaciones de los grabados líbico bereber de la doctora Renata Springer Bunk [El mayor grado de afinidad lo presentan las inscripciones canarias con las modalidades de los grupos de alfabetos de la antigua Numidia, siendo esta proximidad aún más acusada si se consideran por separado los textos recopilados en El Hierro y en Gran Canaria…]  y, sobre todo, los estudios y análisis científicos del ADN de los canarios, que nos identifican con nuestros parientes norteafricanos y que confirman la pervivencia primitiva en la población actual de Canarias en un alto porcentaje.

La nación canaria ha venido configurándose desde tiempos inmemoriales, como dije, sin que pierda su raíz. Nunca se altera la nación, sino cuando se le imponen costumbres y métodos exógenos que, por su brutalidad y antinatura, propician una “enfermedad” que se llama xenofobia, lógica contra el racismo de la metrópoli: como si los anticuerpos no reconocieran el agente externo y lo rechazara. 

Sin embargo, la nación no repulsa ningún elemento externo que acepta y se adapta a su idiosincrasia, sino que lo acoge como un nutriente beneficioso. La nación, análogo al organismo humano, se puede engañar con sucedáneos o placebos, pero más temprano que tarde reaccionará exigiendo las sustancias que precisa para subsistir. Por eso, es parte de la nación no sólo quien nace en ella, sino quien se integra, acepta su idiosincrasia y participa de ella sin forzar su transformación. Hay quien nace dentro de la nación y se convierte en célula cancerígena que trata de pudrirla y matarla: todo es parte del proceso de la vida. No obstante, adquirir la nacionalidad no es un simple trámite burocrático, sino una decisión afectiva y moral que arraiga el sentido de pertenencia. El Estado es el instrumento conveniente para que una nación y su esencia cultural no sean afectadas, quien cuenta con potestad para regular y velar por el equilibrio de la misma, evitando que ésta se diluya. La inclusión de humanos de otras culturas en nuestra nación aporta complementariedad y beneficio, si se posee la herramienta Estado; pues, como mecanismo regulador, sostiene el equilibrio entre la comunidad y el medio salvaguardando los derechos e integridad de ambos. Por el contrario, cuando la nación está bajo sometimiento colonial –caso de Canarias con respecto de España– la metrópoli, que se apropia ilegítima e ilegalmente la tutoría de la colonia administrándola como si parte de su reino fuera, le impone, contra el deseo y los intereses de sus naturales, desproporcionadas cargas demográficas imposibles de amortiguar, dada nuestra limitación geográfica. Todo ello  ha propiciado la degradación del territorio y del paisaje, ha forzado la asimilación de lo foráneo e intentado la extinción de nuestro acervo nacional, provocando la conflictividad interna, la desestructuración…, lo que significa una violación, flagrante, de los derechos del hombre y de su colectividad. 

Lo más execrable, la gran hipocresía que provoca náuseas y desprecio, es que toda esta práctica abusadora y antihumana la ejercen los poderes coloniales en nombre del progreso y de la democracia: de su seudo-democracia y anexionista Reino, que no Estado.

A pesar de las innumerables tropelías con que el colonialismo español ha querido mutilar a nuestra nación, y por muchos métodos etnocidas que haya ejecutado –como la extinción de nuestra lengua, por la prohibición y persecución de su uso–, la nación canaria existe.

Los anhelos aniquiladores del colonialismo español no han podido con nuestra esencia, pues, de forma subrepticia, por transmisión oral ha llegado hasta el presente la toponimia, los ritos, la curandería, la cerámica, los deportes y juegos autóctonos, la fonética y un sin fin de particularidades que nos hacen diferentes –que no mejores ni peores– a otras naciones; acervo que nos enriquece y nos hace distinguir como pueblo, mas, al mundo y a la universalidad como complemento. Incluso, aspectos que se dan por disueltos, como nuestra lengua, pueden recuperarse, así como regenerar otros elementos identitarios hoy en el olvido, porque tenemos de referencia la Tamazgha: las naciones amazigh del continente africano. Ni el catolicismo ni el islamismo, baluartes del poder expansionista y desculturizador, pueden extirparnos el alma, porque ésta existe tanto en la sesera ignota como en la mirada rebelde de muchos canarios. Canarias no está conquistada mientras haya una canaria o un canario que reclame su independencia. En estos momentos históricos de escatología mental, donde el fútbol es la base fundamental del desarrollo intelectual, se hace más necesario que nunca hablar de esto.

Anterior: Canarias es una nación bajo dominación colonial  (1)

* Isidro Santana León: novelista, poeta y cantaautor.

Otros artículos de Isidro Santana León publicados en El Canario y en El Guanche

 1/07/12