Canarias en llamas
Francisco
González Alonso
No cabe duda de que el miedo genera la espiral del
silencio que vive mi pueblo canario, el cual ha dado paso a la formación de
estructuras políticas, reñidas con el concepto amplio de la libertad
democrática. Y cuando ese miedo se enquista en el sentir humano, su vida pierde
la magia de un buen vivir, limitando sus aspiraciones de bienestar y progreso.
Es el miedo, sembrado por siglos en nuestra gente humilde, el que ha frenado
sus anhelos de libertad.
Desgarrador panorama
se vislumbra en el seno de nuestras comunidades insulares cuando sus
autoridades representativas le han dado la espalda a nuestra gente, que aunque
no se manifieste vive el silencio amargo del coloniaje imperante durante
siglos. Cómo me duele ver la impotencia de mi pueblo canario, sumiso ante la
adversidad de quienes ostentan el poder político, en nombre de una
distorsionada autonomía que practica una seudodemocracia.
No es otro el culpable de su desgracia, sino el miedo existencial generado por
la conducta colonialista a través de tanto tiempo de dominio y vasallaje.
La conducta insólita
del Gobierno de Coalición Canaria (CC) ha sobrepasado todos los límites de la
intolerancia política, al permitir alegremente que nuestros montes ardan
inclementemente sin haber establecido todos los recursos que debieron haberse
aplicado, ante la criminal conducta perezosa de unas autoridades que, de por
sí, están manifestando el mayor grado de indiferencia para defender nuestro
único patrimonio que nos queda, como es el de respirar el oxígeno del aire de
nuestra flora.
Desde niño apreciaba
que, en nuestra calcinada vertiente volcánica isorana,
la vigilancia de nuestros montes era más efectiva y cuidadosa. Se mantenían
limpios de la pinocha de sus hojas caídas, y de producirse cualquier incendio,
de inmediato el pueblo llamado para sofocarlo acudía responsablemente para
extinguirlo.
Hemos observado cómo en
el territorio de la España devaluada por la corrupción, y sin haber tenido
confrontaciones bélicas en sus últimos años, poseen todos los medios mecánicos
para actuar de inmediato cuando se origina un incendio. Canarias tiene que
esperar por la ayuda mecánica de la metrópoli, cuando tenga a bien hacerlo, por
carecer de aviones y helicópteros cisterna suficientes
para extinguir de inmediato los incendios, puesto que sus autoridades emplean
el presupuesto en obras que le dejan dividendos personales en detrimento de la
colectividad insular.
Yo me pregunto: ¿es
que nuestro patrimonio natural no tiene la importancia vital que representa?
¿No ha habido los recursos para hacer frente a dicha adversidad? De ser así,
¿qué han hecho con los inmensos ingresos que ha generado el turismo? ¿O el
turismo es otro fiasco más de corruptelas? ¿Cuál es el sentir sociopolítico de
nuestro Gobierno autónomo para ser tan negligente? ¿O le importa un bledo que
nuestros montes sean calcinados? ¿O es su ineptitud para afrontar tan grave
problema?
En nombre de la
diáspora canaria, a la que sí le duelen las desgracias ocurridas en nuestras
inolvidables y queridas Islas Canarias, que sí defiende la canariedad
(que al parecer se ha esfumado en el sentir isleño, a consecuencia del mal
ejemplo de inacción y dejadez de un Gobierno autónomo irresponsable), nos queda
solo manifestar nuestra general protesta de rechazo.
La razón de nuestro
sentir canario no puede enmudecer ante la conducta asumida por un Gobierno
autónomo inepto, cuyos representantes (salvo excepciones) están pendientes de
los dividendos reñidos con la moral administrativa. Tal conducta nos lleva a
manifestar lo siguiente: si les queda algo de pundonor, renuncien como
autoridades representativas del pueblo canario. No le hagan más daño a
Canarias; váyanse a donde no sepamos más de ustedes.
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