El ejército español cambia de jefe

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Tampoco es que sea un cambio muy significativo en la práctica, ya que estando presidido por uno u otro Borbón, o incluso por un hipotético presidente de la república, su esencia no va a variar en absoluto. 

 

Es conocido el papel que los ejércitos occidentales juegan a la hora de mantener un status quo mundial en el que unos países oprimen y explotan económicamente a otros. Los intereses comerciales de la gran economía de matriz española se encuentran siempre detrás de los despliegues de tropas en el extranjero. Si bien este rol militar está evolucionando últimamente debido a la crisis y a los cambios en el escenario político-económico mundial.

 

El otro rol que hace imprescindible la existencia de un ejército en un estado capitalista, es el de ser la última barrera defensiva del poder ante una posible marea popular dispuesta a desalojar por la fuerza a sus ocupantes. Hoy día parece que el sistema está bien blindado merced a otro tipo de dispositivos de carácter policial y legislativo. Y eso sin tener en cuenta que la mejor defensa del propio sistema está demostrando ser la autorrepresión: la resignación y falta de lucha decidida de la población motivada por el miedo, por la complicidad con el régimen o por una eficaz educación para la obediencia.

 

Estas circunstancias hacen que el ejército español hoy día, a pesar de su buena imagen lograda tras costosas campañas publicitarias, camine hacia su obsolescencia. La partida de ajedrez económica en el tablero internacional tiende a ser cada vez más una lucha de monedas, empréstitos y mercados. Y la fuerza militar, hasta ahora decisiva, tiende a transformarse en mera superioridad tecnológica (pensemos, por ejemplo, en el proceso de robotización que están sufriendo los ejércitos más avanzados). Por otra parte el hipotético «enemigo interno», que tan de cabeza traía a aquel nunca añorado ejército de la época franquista, está demostrando ser fácilmente neutralizable solo con elevar unos puntos la amenaza policial y punitiva de las leyes, y fácilmente reconducible hacia las mansas aguas del espejismo parlamentarista.

 

El ejército español, que será cada vez más reducido en cuanto a personal, está condenado a ser un mero adorno del estado, destinado a poco más que a hacer maniobras en sus cuarteles y desfiles junto a los pasos de la semana santa. Eso, y a ser un buen motivo para el negocio de la industria militar y sus comisionistas entre los que, es de suponer, siempre se contarán políticos en cargo de gobierno (sean del partido que sean), y personajes con el apellido Borbón.

 

(*)  grupotortuga.com

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