Fco. Javier González *
EL
AZUCAR
El
primer “producto de exportación” fueron los mismos canarios apresados
como esclavos. Los mercados de carne humana de España y Portugal dan buenas
noticias de sus nombres, procedencia, edad y precios pagados y en las notarías
de las islas quedan las huellas de los sacrificios de compatriotas indígenas
para su “ahorramiento” o liberación. Los esclavos también se
utilizaron para mantener el primer cultivo de exportación: el de la caña
dulce y la elaboración del azúcar, producto de enorme valoración en Europa.
Introducida
casi al tiempo de la invasión europea por Pedro de Vera desde Madeira, tanto
la caña dulce como los métodos de elaboración de azúcar con expertos
portugueses, fue hasta mediados del S. XVI una producción en auge. Necesitaba
de inversiones fuertes por los gastos que comportaba: terreno, agua, mano de
obra especializada en el cultivo y en la manipulación, esclavos (canarios,
imazighen y negros), madera como combustible, trapiches, ingenios… pero
resultaba atractiva por una muy alta rentabilidad a su venta, duplicando y
hasta triplicando los gastos de explotación en los mercados de España,
Flandes, Génova y Francia principalmente.
Fue
la primera experiencia del incipiente “capitalismo colonial”
captando capitales, especialistas y mercaderes de los países destinatarios,
sobre todo flamencos y genoveses. El desarrollo de este producto fue muy alto
en las islas de Gran Canaria, Tenerife, Palma y Gomera. En Gran Canaria
llegaron a funcionar unas dos docenas de grandes ingenios como los de Agaete,
Galdar, Arucas, Guiniguada, Firgas, las Tirajanas, Telde…incluso algunos que
dan nombre actual al lugar “Ingenio”. En Tenerife destacan los de
Realejos, Orotava, Daute, Garachico, Icod, Taganana… en Palma los de Argual,
Tazacorte, San Andrés…En Gomera los dos de Hermigua y, entre otros el del
Puerto del Trigo en Alojera, propiedad -hasta que Alonso de Lugo los expropió-
de los hermanos romanos Blasino y Juan Felipe Plombino, ingenio que nos
ha dejado el nombre más bello, evocador y hasta misterioso de todos los de
esta industria “El lugar donde anocheció y nunca amaneció”. El
carácter netamente exportador de este cultivo se pone de relieve en la
legislación de la época que pena a los que dañen cañaverales, o la que
impide la venta local del azúcar blanca que se destina solo a exportación a
Europa y la estricta reglamentación en cuanto a calidad del producto.
Como
va a suceder en todos los ciclos económicos posteriores, la experiencia
obtenida en Canarias se trasladaba a otros territorios coloniales con menores
gastos de explotación provocando una decadencia económica progresiva al
tener que sustituir el producto. La catástrofe social que eso causaba se
resolvía por la corona española con la salida, forzosa o voluntaria, de una
buena parte de la población hacia los territorios coloniales americanos. Las
Antillas, Marruecos y Brasil, sin los condicionantes canarios de nuestra
escases de suelo, agua y combustible vegetal, fueron los que heredaron la
experiencia canaria en los ingenios azucareros, apoderándose de los mercados.
La
caña dulce, con el reinado de Felipe II, comenzó su decadencia al no poder
el azúcar canario competir en precios con el indiano que, puesto en España,
resultaba casi a la mitad del precio del isleño. Muchas tierras fueron
quedando poco a poco balutas y los señores, propietarios de la mayoría
fueron sustituyéndolas por la viña, con muchos menores costes de producción
y muy adaptada a las condiciones del suelo y el clima. Otra buena parte de
estos terrenos se entregan a campesinos libres o a criados de los propios señores
en régimen de “medianería”, régimen que subsiste hasta hoy en día.
La
caña pasó a un segundo término sin grandes crisis. Hasta hace muy poco
tiempo subsistían plantaciones numerosas como las de Los Sauces en La Palma o
Tejina en La Laguna para fabricar ron. Yo mismo llegué a conocer en La Laguna
el trapiche colocado al final de la calle San Juan hasta mediados los años
50. Las cañadulces las traían desde Tejina y Valle Guerra apiladas, en
camiones abiertos por detrás y protegidas por un hombre armado con una de
esas cañas con las que repelían el ataque de la chiquillería lagunera que
esperaba su llegada al final de la Carretera de Tejina. Algún cañazo recibí
en esos trances y, desde luego, la caña sobre las costillas no parecía tan
dulce. También estaba el trapiche que la COCAL tenía en Tejina para
fabricar su ron blanco.
Francisco
Javier Glez.
Canarias
a 22 de junio de 2020