CUANDO
LOS ASESINOS SON POLICÍAS ESPAÑOLES NO HAY CRIMEN.
«-» Francisco Javier González *
BARTOLOMÉ GARCÍA LORENZO
Este
escrito forma parte de un “cuentistoria” -mitad cuento, mitad historia, que
tengo intención de publicar algún día. He procurado que todos los nombres de
compañeros militantes que aparecen están ya formando parte de nuestros
Machiales en el mundo de la memoria formando una nueva constelación de verdes
estrellas. Está relatado, novelado, por
Manuel “Chiclijo” un supuesto -pero posible- militante de Gran Canaria pero,
salvo ese nombre, todo es rigurosamente histórico respecto a los hechos
sucedidos.
BARTOLOMÉ
GARCÍA LORENZO
-Me acuerdo muy bien. Después
de Antonio fue el pobre Santiago -Chago- Marrero, un militante independentista
serio y decidido a luchar. Lo tirotearon al intentar llevarse unas pistolas del
cuartel de La Isleta en Las Palmas en 1977, el mismo año de la Huelga General
en Tenerife cuando asesinaron a Javier Fernández Quesada…. Pero, no. ¡Mira
que la memoria es puñetera! Antes que Santiago y que Javier la policía
colonial acribilló a balazos a Bartolomé García Lorenzo en Somosierra. Me
acuerdo porque al enterarme, con la misma, tiré pa’Tenerife con bastantes
compañeros de Tamarán.
El
espejo devolvió a Manuel Chiclijo la imagen y el recuerdo de Bartolomé, que lo
miraba con sus ojos tristes de joven deportista veinteañero, estudiante de
magisterio, con su barba en punta y
la frente despejada y tersa. Recordó con un cierto escalofrío lo que sabía de
aquel vil asesinato. Bartolomé estaba, aquel 22 de septiembre de 1976 en el
bloque “Divina Pastora”, en el 4º piso, casa de su prima Antonia, con ella
y su bebé, en la “Barriada de
Somosierra-García Escámez”, nombre que a Manuel
lo remite a la Guerra de España, a sus generales y al que fue verdadero
Virrey de Canarias con el Mando Económico-Militar. Alguien toca a lo puerta y,
cuando Bartolomé la abre, se encuentra unos hombres armados que lo apuntan.
Asustado, intenta cerrar, y un vendaval de disparos perforan la endeble puerta
de barriada popular de los 40, descascaran el yeso de las paredes y llegan,
incluso, al patio de una vecina. Treinta impactos en total que realizan 6
sicarios policiales (4 del Cuerpo General de Policía y 2 de la entonces Policía
Armada -luego “Nacional” pero de “su” nación-). El doctor Toledo que
durante más de 6 horas intentó lo imposible para salvarlo, contó 4 agujeros
de bala en el joven cuerpo de Bartolomé
Los
nombres de los asesinos que dispararon a Bartolomé cuando abría la puerta
aparecieron claros en la memoria de Manuel. Ninguno conoció prisión por
el asesinato. Es más, ante la que se armó en las islas, a los cuatro días de
la balacera los trasladaron a Madrid para protegerlos y al aeropuerto fueron a
recibirlos más de 200 policías españoles apoyando a los asesinos. Dos años
de cese en el cargo pero sin perder la antigüedad y a recuperar sus puestos
como si nada hubiera pasado. Eran: Juan José Merino Antón, ascendido a
subcomisario en 1981; José Antonio del Arco Martín, escolta del ministro
socialista Ernest Lluch, ascendió a inspector y fue en Madrid Jefe de
Contravigilancia en la Unidad de Protección de la Comisaría General de
Seguridad Ciudadana; José Mª Vicente Toribio trasladado a Zamora; Ángel Dámaso
Estrada destinado como inspector a Madrid; Juan Gregorio Valentín Oramas y
Miguel Guillermo García López.
El
gobernador colonial, Rafael Mombiedro de la Torre, intentó hacer prevalecer la
versión policial de que Bartolomé estaba armado y que lo confundieron con Ángel
Cabrera Batista, “El Rubio”,
supuesto autor del secuestro y desaparición del tabaquero Eufemiano Fuentes,
uno de los hombres fuertes de la burguesía canaria españolista y miembro de
las trágicas “Brigadas del Amanecer”
fascistas en Las Palmas durante la Guerra de España que tantos asesinatos
cometieron. Lo impidió la postura enérgica del padre de Bartolomé, D. Andrés
García Vidal que, aunque jubilado, había sido teniente de la guardia civil
española. El cipayo Mombiedro, al día siguiente, mientras Bartolomé moría
desangrado en el Hospital Insular, emitió un comunicado expresando su “profundo
sentimiento” y anunciando que Gobierno Civil español “incoaría
un expediente y elevaría al juzgado las oportunas diligencias” Agua de
borrajas que no iba a calmar los ánimos de los canarios y la isla ardió con
rabia incontenible.
Manuel
Chiclijo, ese mismo día de la muerte de Bartolomé, con bastantes compañeros
de Tamarán tiraron pa’Tenerife en el ferry de Transmediterránea, el “Ciudad
de La Laguna”. Mirando al espejo veía las caras de algunos que esa noche
del 23 estaban en la Plaza de Somosierra. Cuando Manuel llegó al lugar, sobre
la capota de un coche amarillo, micrófono en mano, estaba un compañero de Gran
Canaria, Pedro Brenes, que, desde que regresó de Argel, estaba viviendo en
Tenerife trabajando en la CCT y militando en el PTC. Mientras Chicho Montesinos
y otros compañeros de la CCT repartían panfletos llamando a la Huelga General,
Brenes, desde su improvisada tarima, llamaba a irnos a manifestar al centro de
Santa Cruz. Había compañeros de todas las formaciones de izquierda. Allí
estaban la gente de la LCR también con su megáfono llamando a la Huelga
General y a la manifestación, de la ORT, del PTE, del PCC(p) de Carlos Suárez,
del PCE, del PUCC, de otros sindicatos
como el SOC, CC.OO y UGT….
Precisamente -recordaba Manuel- fue Chicho Montesinos quien me presentó a bastantes compañeros de Tenerife, todos ellos importantes motores en la lucha, como Julio Bastarrica Galván fundador del MIC en Venezuela y dirigente del PTC a quien acompañaba su inseparable compañera Mery; a Fructuoso Rodríguez Díaz, alma del independentismo en Taco acompañado de Raúl Delgado, sobrino-nieto del propio Secundino, al que apodaban “El Ciego” por su trabajo en la ONCE y de Luis “El Cambullonero” un fornido y entusiasta militante que lucía una camiseta con las siete estrellas verdes y la leyenda “GUAÑAC” que iba acompañado de otros cambulloneros y de Víctor de León, el inquieto e incansable luchador conocido como “Vitito”, cuya afilada y valiente lengua temían todos los arribistas; a Fidel Campo Sánchez, un español que había adoptado a Canarias como patria propia; al combativo militante de San Miguel de Abona, Alejo Toledo, con otros compañeros del sur tinerfeño; a Miguel Pardo de Donlebún, “Miguelón”, un anarquista luchador por la independencia al que luego “suicidarían” en El Hierro; a José Peraza González, que había dejado sus clases en la Academia de Bellas Artes para pintar al campesinado y el paisaje canario y que, al año siguiente, sería detenido, encarcelado y torturado por pertenecer al aparato cultural del MPAIAC que dirigía Hermógenes Afonso de la Cruz “Hupalupa”, que por entonces daba charlas sobre los guanches por toda la isla que, invariablemente, terminaban con la apasionada declamación del poema “Mi Patria” de Secundino Delgado. Hupalupa, desde Solidaridad Canaria editaba, a multicopista, unos cuadernillos de “Nombres Guanches” que repartía en las charlas y que, un par de años más tarde, formaron el primer cuaderno de aquellos célebres “Apuntes para la Historia de Canarias”.
Esa
noche conocí también a Carmelo Brito, un militante gran conocedor de la música
africana; al poeta gomero Tomás Chávez Mesa que, escrito a pluma con primorosa
letra, me regaló un folio con el poema
“Para quién Afortunada”; al abogado laboralista de la CCT y militante
del PTC Miguel Ángel Díaz Palarea; al también laboralista comprometido Agustín
Padilla Fuentes y al abogado que defendía en Tenerife a los presos
independentistas, José Manuel de Villena Quintero y su esposa Rosario Ramos,
prima hermana del gran folklorista Sebastián Ramos “El
Puntero”, y a dos hombres claves en la refundación del PNC como
organización independentista que eran Domingo Salas Lladó y Eusebio Llarena,
que una vez se había quedado toda una noche cerrado en la catedral lagunera
para “decorar” con pintura negra el supuesto sepulcro del criminal Alonso de
Lugo.
Manuel Chiclijo buscaba con la mirada a compañeros del MPAIAC, del PTC o del PCC(p) que suponía que habrían venido de Tamarán y que estarían en la plaza como era Placeres el isletero; el batallador y comprometido Juan Mederos “Metralleta”; Pepe Santana, uno de los presos del MPAIAC muy activo en Solican, que se iba a comer los bocadillos de chorizo de Teror en el bar de la Calle Juan de Quesada, con Bentonio Ojeda; Sebastián Ramírez, -Chano-; Agustín Ferrera; Tito Stinga; Paco Díaz; Servando García Rodríguez “Echedey” el que, con José Antonio Medina, asaltaron en 1977 en plena navegación al barco “Antonio Armas” exigiendo la liberación de Guetón, preso en el penal de Santa María en España, y que los condujera a Argelia; a Andrés García Molina; a Juan Valiente Marrero, aquel luchador de siempre, mahorero del norte, de Arrecife, que en noviembre del 48 arranchó y salió “pa’la pesca” con el bergantín-goleta “Arlequín” y apareció, meses más tarde, lleno de canarios que huían del hambre y del fascismo, en Isla Margarita. Entrevió a algunos, pero el rebumbio era tal que fue imposible hablar con ninguno. Se quedó Chiclijo dudando de si uno de ellos era Orencio Moreno, patriota veterano y muy luchador, pero no estaba seguro porque por esta época pensaba que estuviera por Finlandia. La gente, puño en alto, coreaba a los que intervenían desde la capota del coche o desde el suelo gritando consignas desde ¡Disolución de los cuerpos represivos! a ¡Independencia! y cantando la Internacional.
¡Que
terrible noche, llena de dolor, rabia y dignidad! Recordaba Chiclijo como a eso
de las once de la noche, un grupo de unos 300 salió en manifestación con la
intención de llegar hasta el Gobierno Civil español y allí estaba yo,
indignado y lleno de determinación y afán de justicia. Al llegar a la Plaza de
la Paz ya sumábamos más de mil airados manifestantes, pero la Rambla -entonces
del General Franco- y las calles adyacentes, estaban tomadas por las fuerzas
represivas españolas, por lo que la gente se sentó, bloqueando todas las
Ramblas. A la media hora de sentada una masa de más de 3.000 nuevos
manifestantes llegó desde Somosierra. La policía española, con los refuerzos
que de toda la isla y de Gran Canaria había concentrado el gobernador civil
colonial, inició una carga. Los enfrentamientos se
produjeron por todo el centro de la ciudad, con piedras y barricadas
formadas con coches. Los choques fueron múltiples y muchos los detenidos. Se
rumoreaba incluso con un herido de bala, un militante del PTC pero, igual que
sucedía otras veces, si la herida no era muy grave no se acudía al hospital y,
por ello, Chiclijo no pudo comprobarlo.
Casi rayando el alba, volvimos a la Plaza de Somosierra que seguía llena de
gente. Mujeres llorando que repetían las palabras de Dulce, la hermana de
Bartolomé, “Ay, hermano. Esos bandidos
que te asesinaron no te dejaron que fueras maestro ni que tuvieras hijos”.
Toda
la isla se levantó ese viernes 24 de septiembre clamando, con el puño en alto,
contra la represión y el asesinato. Balcones y ventanas se llenaron de
crespones negros. Universidad, centros de enseñanza, bancos, y muchos comercios
de Santa Cruz y La Laguna permanecían cerrados. El entierro fue la mayor
manifestación de luto y rabia conocida en Tenerife. Más de 25.000 personas.
Junto a los militantes de izquierdas e independentistas, los trabajadores de la
refinería, del muelle, de las tabaqueras, de la construcción -sectores
entonces en lucha- estaban en pleno junto a profesores y alumnos en la
abigarrada manifestación. A la salida de la familia y del féretro de la
iglesia de San Fernando para dirigirse a Santa Lastenia el cacique tinerfeño,
Leoncio Oramas Tolosa, entonces alcalde de Santa Cruz y amigo personal de Juan
de Borbón y de su hijito el rey Juan Carlos, con el presidente del Cabildo
tinerfeño -colocado en ese puesto por el cacique Oramas- Rafael Clavijo, y
otros cargos oficiales, tuvieron que salir del cortejo, huyendo de la rabia
popular, protegidos por la policía.
El
gobernador español, que veía desde la víspera el desarrollo de la ingente
protesta y conocía su incapacidad para controlar a las masas, había pedido al
ministro Martín Villa -aquel que ordenó el frustrado asesinato que dejó
malherido en Argel a Antonio Cubillo- refuerzos policiales y, por avión,
llegaron desde España gran número de especialistas en represión de la policía
armada y la guardia civil. Los represores tomaron los puentes de la autopista de
norte, cerraron los muelles y todos los accesos a Santa Cruz exigiendo, con
brutalidad, la documentación de todos los coches que, con crespones, intentaban
el paso. A más de una pobre señora le clavaron el DNI en la boca y muchos
automovilistas y peatones fueron golpeados salvajemente, lo que provocó que los
enfrentamientos se generalizaran por toda la ciudad, levantándose barricadas
con restos de obras, coches o lo que venía a mano.
En ese ambiente alzado general, con multitud de heridos y de detenidos, se convocó una Huelga General para el lunes 27 que fue la más masiva e importante conocida hasta entonces en la isla con todo un pueblo en pie, desarmado, pero con el coraje suficiente para enfrentarse a los represores. Esa tarde de la Huelga General, que solamente las guaguas encarnadas de la Exclusiva, propiedad del cacique Oramas, rompieron parcialmente, regresó Manuel a Tamarán con el corazón encorajinado pero seguro de que vería la libertad y la independencia patria.
* Artículos de Francisco Javier González publicados en El Canario y en El Guanche