Sacar muestras de gas y partículas justo en el cráter
de un volcán activo es parte de la vida cotidiana de Jorge Andrés Díaz. El
principal objetivo de este científico colaborador de la NASA es ayudar a la prevención de las erupciones
Después de que el volcán Turrialba (Costa Rica) despertase el año
pasado tras más de un siglo dormido, Jorge Andrés Díaz pensó que había
llegado el momento de ir de excursión hasta las laderas de la humeante montaña
de
La medición de los volcanes “in situ” (una
misión escalofriante que supone sacar muestras de gas y de partículas justo a
su salida del cráter) es lo que lleva estudiando toda su vida este físico
costarricense. Cuanto más se aproxima a un volcán activo, asegura, más exactos
son los datos que puede recoger para predecir futuras erupciones.
"El material que expulsan los volcanes da pistas sobre lo que está
ocurriendo bajo la superficie", dice Díaz. "Si hay magma candente,
explica, se registran cambios en la composición del gas y de las cenizas
que sale a la atmósfera". Y cuanto mejor se entienda la composición de
esas señales, mejor será la capacidad de predicción de desastres, ayudando a
las autoridades a advertir a los residentes cercanos sobre cuándo
evacuar y a las aerolíneas para que cambien las rutas de sus
aviones. A la mujer de Díaz quizás le tranquilice la nueva estrategia que está
aplicando este experto. Ha empezado a enviar un pequeño avión teledirigido
a la cima del Turrialba, lo que le permite estar a una distancia prudente del
cráter, que todavía echa humo desde su erupción de cenizas en enero del año
pasado.
El Vector Wing 100, la nave
de 2,5 por
La única manera de saberlo es con medidas in situ”,
apunta. La aparente obsesión de Díaz con la recolección de datos sobre
el terreno se remonta a una investigación pionera que realizó en 1998
en Kilauea, Hawái. Es habitual que
los investigadores guarden en botellas muestras de gas de las erupciones y se
las lleven de vuelta a los laboratorios para estudiarlas. Pero el traslado de
las muestras puede afectar a los resultados, explica el experto. El helio, que
puede ser un factor clave en la predicción de erupciones, es tan ligero
que se escapa de los contenedores antes de llegar a los laboratorios. A Díaz se
le ocurrió entonces una idea: trasladar el laboratorio al volcán. Tomó el
concepto del espectrómetro de masas (un instrumento que mide la
composición de las muestras y pesa hasta 100 kilos) y construyó uno en
miniatura, una versión portátil del aparato, que se llevó al volcán Kilauea de Hawái para estudiar las muestras de los químicos sobre el
terreno. Con su idea, Díaz asombró a los vulcanólogos, ganó premios y logró la
atención de la NASA. Tras lograr su doctorado por la Universidad de Minnesota,
realizó su trabajo post doctoral en el año 2000 en el centro espacial Kennedy
(Florida), utilizando su aparato portátil y sus conocimientos en nubes
volcánicas para detectar gases peligrosos en el punto de lanzamiento de
naves espaciales. “Había muy pocos doctores trabajando en la NASA de esta parte
del hemisferio”, asegura orgulloso durante una entrevista realizada en su
laboratorio de la Universidad de Costa Rica. Díaz estaba
decidido a regresar con sus refinados conocimientos a Costa Rica, donde
hay centenares de volcanes, y media docena de ellos activos. Empezó por
estudiar los volcanes de su país desde arriba, primero con el WB-57 de la NASA,
que voló a unos
Cuando el Turrialba entró en erupción el año pasado, docenas de vecinos de la zona fueron
evacuados. Díaz, en cambio, se puso una máscara protectora y subió al cráter
con un equipo de investigadores, entre los que había uno de la NASA, para monitorear
la actividad de cerca. “Fue muy peligroso, se podía ver cómo el suelo
temblaba”, recuerda. “Es como el motor de un avión, en términos de sonido,
aunque sólo se trate del gas que desprende el magma. Uno sólo puede pensar que
con todo ese gas que sale, imagínese la cantidad de magma que puede haber por
debajo”.
Fuente:.lainformacion.com