"Los
ancianos, los enfermos, los humildes... los zombies"
Eloy Cuadra
Todavía bajo los efectos de una de las semanas más duras que
recuerdo en lo emocional, aún en mis oídos resuena la voz apagada de esa señora
nonagenaria agonizando solitaria en su cama de la sexta terrorífica planta de
eso a lo que equivocadamente llamamos Hospital. Equivocado porque hospital,
etimológicamente hablando, viene de hospitalidad, y hospitalidad allí hay
tanta cómo odio en mi corazón.
Esa señora, la primera de toda la serie, se le había acabado el
suero y el aparato seguía conectado inyectando aire o vete a saber qué, y así
pasaron los minutos y allí no aparecía nadie.
Qué tristeza. Recuerdo a la compañera Alba hablando con ella
consolándola. Yo tuve que salirme fuera incapaz de aguantar aquello. Me dijeron
que la señora murió al día siguiente, probablemente sola, probablemente mal.
Me contaron que había sido una buena farmacéutica toda su vida, qué paradoja.
Era la compañera de habitación de Nazaret, la señora que dio lugar al escándalo
humanitario en el que estamos ahora metidos. Nazaret, no tenía nada según sus
facultativos, por eso debía marcharse, por eso le mandaron a la Policía
Nacional a echarla de allí como si de un vulgar usurpador se tratara...
"esto es un hospital privado" me decía equivocada una recepcionista
muy fina y elegante. Su altanería y falta de empatía la traicionaban,
olvidando que Nazaret y todos los desafortunados pacientes que entran en la
sexta planta vienen derivados del Servicio Canario de Salud. No tenía nada según
ellos pero no podía caminar y con dificultades respiraba, tampoco eran nada las
múltiples heridas abiertas que se repartían por su delicado cuerpo, unas
heridas que días después han necesitado incluso una operación para sanarlas,
y evitar así que la putrefacción siguiera aumentando hasta consumirla.
Enfrente, la señora Amalia, de la que su hija me contaba que la habían dejado
3 hora sin cambiar con sus necesidades mayores hechas encima, porque el
encargado de hacerlo tenía que desayunar. Y la señora Amalia empezó a
hablarme también a mí, cuanta necesidad tenía de que alguien la escuchara,
cuantos años de sufrimiento y sacrificios arrastraba, para verse ahora así, la
pobre. Amalia era compañera de habitación de Herminia, tanto o más de lo
mismo en esa planta. Entonces todavía desconocía lo que vendría días después.
Después vinieron la hija y la nieta de Eugenio a contarme con
cuanto dolor vieron morir a su padre y abuelo tras su paso por esa fatídica
sexta planta. Cinco médicos firmaron contra el horror de ese hospital a lo que
acompañó una larga lista de abusos detallados por escrito por su nieta a la
Consejería, desde altas copiadas que no corresponden, pasando por el maltrato,
el miedo, los errores en la medicación y el maltrato a otros pacientes. Nada de
esto sirvió a la Consejería para investigar o cambiar nada, para anular un
concierto sanitario que es más un billete gratuito al pasaje del terror, ni tan
siquiera se han dignado en contestarle.
Y así, días después se me ocurre ir a un programa de la
televisión local a relatar lo que estaba pasando, y cuando acabo de contar lo
que llevaba empiezan a entrar llamadas de oyentes hasta el punto de colapsar la
centralita como pocas veces en 18 años de programa, todas queriendo contar lo
que sufrieron en ese centro a donde mandan a los humildes y ancianos pacientes
que no pueden pagarse nada mejor. Y por si no estaba suficientemente impactado
ya con todo lo que me venía, al día siguiente en la Consejería me caen encima
cuatro agentes de la Policía Nacional mandados por no se sabe quien, a
identificarme como un sospechoso cualquiera. Recuerdo al que parecía el jefe
del operativo sonriéndome burlonamente aduciendo que cumplía órdenes y que
estaban controlando una concentración y estaban en su derecho. A su lado un
armario ni pestañeaba, con la sensación de estar deseando que hiciera algún
movimiento en falso para aplicarse sobre mí de otra manera menos dialogada. Y a
punto estuve de negarme a darles nada -¿acaso era yo sospechoso de estar
cometiendo algún delito?-, a punto de decirles que a mí me habría dado vergüenza
obedecer a quienes ordenan vigilar y coaccionar a la gente honrada que lucha por
los demás. Sí que les dije que los delincuentes están dentro y es a ellos a
los que deberían vigilar.
Y así estoy hoy, necesitaba escribir todo esto para sacarlo
fuera. Lo peor es que aún me quedan familias y ancianos a los que visitar,
porque después de haber destapado el escándalo no dejan de llamarme señoras
mayores y familiares de enfermos deseando encontrar a alguien que los escuche y
defienda, y aún no sé cómo voy a sacar arrestos para enfrentarme a esas
historias. "Soy la hija de (...) y quiero agradecer vuestra obra tan grande
por todos los que no pueden defenderse y pedirle que por Dios no dejen de
luchar. A mi mamá la meten en la clínica (...) y solo por lo que mis oídos
oyeron de médico para quitarse la vieja de mierda y a los familiares ignorantes
de encima...", y aún continúa más largo el mensaje que me llegó hace
dos días al móvil. Temiendo estoy con lo que voy a encontrarme. Y veo en otro
canal de televisión local imágenes de las urgencias del HUC donde hablan los
sindicatos de que aquello parece más un hospital de campaña de una guerra
cualquiera de las que se libran en el tercer mundo que otra cosa. Y miras a la
calle y todo sigue igual para la mayoría de los que por ahí circulan. Nada
parece inmutar ya el fluir de los zombies en que nos hemos convertido, salvo el
olor a comida, la fanfarria televisiva y el tintineo de las pocas monedas que
nos darán para mantenernos callados. Triste y loca sociedad la nuestra, donde
se olvida que todos tarde o temprano seremos ancianos, enfermos y con mucha
probabilidad estaremos la mayoría en el lado de los pobres, entonces tal vez
necesitemos que alguien nos cuide y nos acompañe, nos arrope y nos venere por
tantos años de vida esforzada. Así debía ser o así al menos lo entiendo yo,
tal cómo los neanderthales cuidaban a sus ancianos enfermos, como atestiguan
los restos que se han encontrado en hogares prehistóricos de homínidos
enfermos o lisiados que a pesar de todo llegaron a viejos. Mas tengo la impresión
de que muchos no van a encontrar a nadie a su lado para cuidarlos cuando ese
momento les llegue y más les valdrá desear la muerte, si hoy dejamos
indiferentes que traten así a nuestros ancianos, a nuestros enfermos, a los más
humildes, ante la mirada escrutadora de nuestras generaciones jóvenes, que de
seguro lo repetirán con nosotros.
Y bueno, si han leído hasta aquí, les pido disculpas por lo duro de la narración, pero había que contarlo así, tal cual es en su dureza. Por lo demás no teman, los diez o doce que estamos ahí vamos a seguir todavía un rato más, con policía o sin policía...
Paulino, para
despistar, dice: unos 400 pacientes sanos ocupan plazas hospitalarias que
necesitan los enfermos.
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