Anaga, algo más que naturaleza

 

Wladimiro Rodríguez Brito *

 

[Una nueva ilusión por Anaga es posible: tenemos algunos núcleos en los que se incorporan jóvenes, con ilusiones y con voluntad de trabajar e identificarse con este territorio singular.]

 

Estamos en la obligación de hacer surcos, de buscar alternativas que nos permitan armonizar naturaleza y población. En la isla en la que vivimos, con más de un millón de habitantes, hemos de hacer un gran esfuerzo por gestionar nuestros recursos naturales. Somos quinientas personas por kilómetro cuadrado en la isla picuda. Anaga no sólo mantiene un patrimonio natural importante; dispone también de considerables recursos hídricos y también de una población muy arraigada a su territorio; una cultura que ha domesticado laderas y naturaleza, incorporando un patrimonio de plantas cultivadas de gran importancia: los ñames, las batatas, los viñedos y las papas son referencia de gran arraigo en Anaga.

 

En los últimos años, el más grave deterioro de Anaga se ha producido en sus pobladores. La dura topografía, unida a una emergente cultura urbana agresiva con las tradiciones locales, la falta de salidas profesionales, y la llegada tardía de algunas comodidades de la vida urbana (carreteras, agua, luz…) han hecho perder lo más valioso de este territorio: sus pobladores. Una nueva ilusión por Anaga es posible: tenemos algunos núcleos en los que se incorporan jóvenes, con ilusiones y con voluntad de trabajar e identificarse con este territorio singular.

 

En el caso de Las Carboneras, sus campos dejan de tener gran parte de las tierras balutas. Incluso se ha construido una nueva vivienda recientemente, incrementándose el número de niños en el colegio. Además, toda una serie de servicios complementarios han mejorado: tienda, bar, iglesia, consultorio médico. Vivir en Anaga es posible ante las actuales circunstancias. Son signos muy positivos los cincuenta y cinco niños que tenemos en los colegios de Taganana, Igueste de San Andrés, Chamorga, Roque Negro y Las Carboneras, a pesar de que en los años ochenta los niños escolarizados en Anaga superaban los ciento sesenta. No se debe entender a Anaga sin niños jugando por sus barrancos o en sus caminos.

 

Estas líneas quieren hacer un reconocimiento a los maestros de Anaga que han hecho una labor socio-cultural de animación y de apoyo para cortar el desarraigo sufrido en este Parque Rural en los últimos años. Es básico el trabajo realizado por Paco Reyes y el resto de colectivo de maestros, en la defensa de una Anaga viva. No sólo tenemos que cuidar a la laurisilva y la fauna local, sino que sigamos teniendo agricultores, ganaderos, y otras instalaciones complementarias a la vida de cada día. El mercadillo del agricultor de la Cruz del Carmen puede realizar una gran labor de promoción exterior y arraigo interior de la población local. Fundamentales son el papel jugado por las asociaciones de vecinos al frente del movimiento vecinal, o las obras como la recién inaugurada depuradora de aguas residuales de Las Carboneras, por parte del Parque Rural.

 

Entre los aspectos menos agradables de Anaga se nos ha producido estos días el cierre del bar de don José Cañón en Afur, después de más de cincuenta años prestando servicio a los vecinos de la comarca, y siendo faro y guía de los numerosos visitantes locales y extranjeros que han recorrido este singular territorio. La administración sigue siendo muy lenta y burocrática en muchos casos, como el comentado anteriormente, en el que el bar aparece como un negocio al que se le ponen numerosas limitaciones; las hay incluso para el agricultor que quiera levantar un boquete de una pared que se caiga, ya que lo cansamos a permisos y papeles. Esto se produce también en mejoras de viviendas u otras pequeñas obras que no rompen para nada con el entorno natural. Estas líneas no son sólo de agradecimiento, de apoyo y de reconocimiento a don José Cañón, que nos deja huérfanos de un punto de auxilio básico para la comunidad, sino también, de pedirle a nuestras autoridades el apoyo para nuestros maestros, para que Anaga se rejuvenezca, en armonía con su naturaleza y con la cultura de los mayores del lugar.

 

Anaga es posible, no es un mundo marginal, y para ello hay que vivir social y culturalmente la riqueza natural y cultural del territorio. Anaga, en una palabra, nos ofrece una calidad de vida integrada en esta naturaleza; rompamos con la nostalgia hacia un marco urbano que ha creado un gran espejismo en nuestra sociedad en los últimos años. Por ello, la escuela, el bar, la iglesia, la tienda, unido con la mejora en las comunicaciones, agua, luz y médico, pueden generar una Anaga habitable, en la que el hombre y la naturaleza, sus caminos, sus bosques, y la gestión de las tierras cultivadas, generen un paisaje y una cultura singular en una mayor armonía entre el hombre y la naturaleza.

 

 

* DOCTOR EN GEOGRAFÍA