Del aljibe a la desaladora

 

Wladimiro Rodríguez Brito *

 

El agua es un recurso natural particular de gran importancia por sus funciones en la naturaleza (ecológica y ambientales), así como por sus prestaciones al ser humano (económicas y culturales). En Canarias, este bien, indiscutiblemente necesario, es socialmente escaso. Esta consideración, general para todo el Archipiélago, presenta para cada espacio insular particularidades, que son el resultado de distintos condicionantes físicos y de exigencias económicas. De esta forma, existe por un lado la disponibilidad y de otra la necesidad. Un elemento media entra ambas variables, la tecnología. Explicada esta desde una componente social, actúa cronológicamente aumentando sobre la disponibilidad y resolviendo en parte las necesidades sociales, pero también produciendo costes.

 

Una primera etapa, en cuenta a la relación agua y sociedad en Canarias, se extiende de manera desigual y con particularidades relativas a cada sistema insular, desde la conquista hasta bien avanzado el siglo XX. Durante esta etapa el sistema hidráulico se encuentra mediatizado por el clima y la dinámica geológica. Los sistemas de acopio de agua serán manantiales y fuentes (más de la mitad de estas en Gran Canaria, mientras que en islas como El Hierro y Lanzarote prácticamente eran inexistentes), así como la captación de las aguas pluviales mediante charcas, eres y aljibes. La creación o crecimiento de los núcleos de población y la actividad económica paralela estaban vinculadas a la influencia húmeda del alisio, a la proximidad de un manantial o a una corriente regular de agua. Es el caso de los núcleos urbanos vinculados a la cuenca del Guiniguada, en Gran Canaria, o los próximos al barranco de Santos en Tenerife; al papel que tuvieron los manantiales para núcleos como Telde (Gran Canaria), La Orotava o Güímar (Tenerife), Hermigua y Valle Gran Rey (La Gomera), Santa Cruz de La Palma, San Andrés y Sauces o Argual (La Palma).

 

Desde las última décadas del siglo XIX las islas pasan por un momento de grandes transformaciones, con dos hitos fundamentales: la modernización de la agricultura (auge de los tres últimos grandes cultivos de exportación: tomate, papa y sobre todo plátano) y el crecimiento de las áreas urbanas, portuarias o industriales. Estas nuevas exigencias hacen crecer la demanda de recursos hídricos, que chocan con una disponibilidad limitada, irregular y desigual de la hasta ese momento principal fuente de extracción; el ciclo natural (los manantiales de las islas manaban a principios del siglo XX 106 hm3/año).


Beneficiados por los adelantos de la Revolución Industrial (cemento, hierro, gasoil y motores), tanto para la extracción como para el transporte, aparecen nuevas formas y una nueva etapa, esta de explotación de los recursos hídricos, primero con los pozos y luego con las galerías. A lo largo del siglo XX se perforan más de 5.000 pozos con más de 400 kms. perforados y más de 1.500 galerías con más de 2.000 kms. perforados. Además de una gran cantidad de infraestructura, miles de kilómetros de canales, estanques, etcétera. Se produce entonces un incremento del consumo de 30 hm
3 en 1930, y pasamos a 250 en 2010.

 

Con ello se democratiza el agua, produciéndose un salto cualitativo a partir de los años sesenta. No olvidemos que más del 98% de las viviendas actuales tiene agua corriente, y que por tanto en un corto periodo de tiempo, menos de 50 años, el suministro de agua ha pasado de ser un asunto de cuatro zonas urbanas a la totalidad del Archipiélago. Esta etapa expansionista en cuanto a los consumos no ha parado. Al boom agroexportador siguió el boom del sector turístico y la práctica urbanización de casi todo el territorio.


La actividad urbano-turística, que polariza actualmente a la sociedad canaria, supuso por un lado el retroceso de la superficie regada y por otro un apreciable deterioro de las fuentes subterráneas de agua. La regresión de los acuíferos y la progresión creciente de la demanda para millones de turistas y ciudadanos urbanos y sus infraestructuras obligaron a la incorporación de formas industriales de transformación del agua, la desalación y la depuración. Con un incremento creciente de la desalación (más de 300 desaladoras que han mejorado la tecnología, produciendo con tres kilovatios pueden producir un m
3). De tal forma que hoy en día podemos hablar de una producción total de agua de 512 hm3 (2010), de los cuales el 66% correspondería a aguas subterráneas, el 24 % correspondería a desalación, mientras que las superficiales y la reutilización suponen el 4% y el 6%, respectivamente. Esta producción se consume, con una tendencia a incrementarse, en más del 50% en las zonas urbano-turísticas.

 

* Profesor de Geografía en la Universidad de La Laguna.

ARTÍCULO TAMBIÉN FIRMADO POR EL GEÓGRAFO CARLOS S. MARTÍN FERNÁNDEZ

 

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