Agricultura y cultura: El Batán

 

Wladimiro Rodríguez Brito

 

Una vez más dedicamos estas letras a la relación que existe entre el campo y la cultura en una sociedad que dedica gran parte del tiempo a los problemas de la Bolsa, los mercados, las primas de riesgo, etc., y donde lo local y lo familiar apenas cuentan.

Como bien dice el profesor de la Universidad de Harvard Nicholas Carr, internet y los grandes medios de comunicación nos separan y alejan de lo pequeño, de lo próximo, y nos robotizan. En consecuencia, los valores y la cultura de la gente del campo, como El Batán, Afur, Chinamada o Las Carboneras, son algo aislado y se sitúan incluso en la marginación de territorios insulares. Por ello, en los valores del Parque Rural de Anaga se han revalorizado los aspectos naturales y la sociedad, que no ha tenido en cuenta a las personas y el uso que estas han hecho del territorio desde la noche de los tiempos.

Sin embargo, desde la gestión del Parque Rural de Anaga por parte del Cabildo se ha tenido muy en cuenta a las personas y, en particular, las actividades que han realizado en este territorio y, sobre todo, el futuro para que convivan naturaleza y campesinos. Hace una semana tuve la fortuna de asistir a un acto en el que se reconoció el trabajo de personas que hemos estado relacionadas con la gestión del Parque Rural de Anaga, tanto desde el Cabildo como desde el Ayuntamiento de La Laguna -en la persona de su exalcaldesa, Ana Oramas-, así como el exdirector del Parque Cristóbal Rodríguez.

Es justo destacar que en pocos lugares de la isla de Tenerife encontramos un paisaje agrario más cuidado que en el barranco de El Batán, en el que en contadas ocasiones hay zarzales sobre las antiguas huertas de cultivo, manteniendo unas huertas limpias y cuidadas, en las que las viñas, los boniatos y las papas borralla forman un paisaje que parece un jardín; de unos campesinos que, aunque la mayor parte sean agricultores de fin de semana, hacen un enorme esfuerzo, sobre todo si tenemos en cuenta que en muchos lugares no hay acceso ni para un merri, dada la dura topografía de la zona, y en los que hay que cargar a hombro los abonos, semillas y cosecha.

Esta es una lección de lo que significan la cultura, los sentimientos, el compromiso con la tierra y, lo que es más importante, una mirada hacia el futuro en la que gran parte de los niños que han nacido fuera de esta zona -La Verdellada, El Suculum, Padre Anchieta o El Cardonal- se sienten identificados con la tierra y así continúan vinculados a la misma en la escuela de sus abuelos en un compromiso de solidaridad, familia y cultura, con un ayer que no han tirado al baúl de los recuerdos.

Estas letras son de reconocimiento, puesto que este paisaje singular está cargado de esfuerzo y cariño y constituye una referencia al compararlo con lo que está ocurriendo en gran parte de nuestros campos. Así, por ejemplo, si contemplamos numerosas zonas agrícolas de Tenerife nos encontramos con que tierras de fácil acceso, incluso con depósitos y red de aguas para el cultivo o secanos de las zonas húmedas, están en eso que en Tenerife se llama suelos balutos, es decir, en abandono y cargados de combustible para los incendios forestales, mientras que gran parte de los moradores del entorno no plantan ni una mata de perejil en las proximidades de las viviendas.

Estamos ante lo que ahora llaman los entendidos la "desagrarización" del mundo rural, en el que los muchachos de El Tanque son tan urbanitas como los del barrio de La Salud, y donde se ha perdido gran parte de los vínculos con la cultura de la tierra, con los abuelos y con la forma de vivir nuestra en eso que ahora se llama globalización. De tal forma que una taza de leche y gofio y una isa parecen cosa del pasado y de la nostalgia, ya que las últimas referencias en alimentación y cultura miran hacia fuera, y en las que la tierra, el trabajo, el esfuerzo, lo pequeño y lo local suenan a generaciones pretéritas.

Entendemos que cualquier planteamiento de futuro tiene que asociar cultura y agricultura, puesto que esta última no es solo producir alimentos -algo que es muy importante-, sino que implica conocimiento de lo local, valor de lo pequeño y de lo nuestro. Unas papas borralla arrugadas y un vaso de vino en la cueva del Lino son únicos y forman parte del patrimonio natural de Anaga que nuestros campesinos, con gran sabiduría, saben distinguir y valorar. Eso también es modernidad y sostenibilidad. O recuperamos la cultura de la tierra o el llamado "mercado" y la especulación nos crearán cada día más miseria e individualismo en un mundo acomplejado de su tierra y de su cultura.